Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro tercero
En el año 1817
Cap VI : Capítulo en que todos se adoran.
Charlas en la mesa y charlas de amor: son aquéllas tan inaprensibles como éstas; las charlas de amor son nubes, las charlas en la mesa son humo.
Fameuil y Dahlia tarareaban; Tholomyès bebía, Zéphine reía, Fantine sonreía, Listolier tocaba una trompeta de madera que había comprado en Saint-Cloud, Favourite miraba tiernamente a Blachevelle y decía:
—Blachevelle, te adoro.
Con lo que a Blachevelle se le ocurrió una pregunta:
—¿Qué harías, Favourite, si dejase de quererte?
—¿Yo? —exclamó Favourite—. ¡Ay, no me digas eso ni siquiera en broma! Si dejases de quererme te saltaría encima, te arañaría, te clavaría las uñas, te tiraría al agua, te mandaría detener.
Blachevelle sonrió con la fatuidad voluptuosa de un hombre a quien le están halagando el amor propio. Favourite siguió diciendo:
—¡Sí, llamaría a la guardia! ¡Desde luego que no me pararía en barras! ¡Canalla!
Blachevelle, extasiado, se recostó en la silla y cerró orgullosamente ambos ojos.
Dahlia, sin dejar de comer, le dijo por lo bajo a Favourite entre el barullo.
—¿Así que a ese Blachevelle tuyo lo idolatras?
—¿Yo? Lo aborrezco —contestó Favourite en el mismo tono de voz volviendo a coger el tenedor—. Es un tacaño. Al que quiero es al muchacho que vive enfrente de mí. Está muy bien el joven ese, ¿lo conoces? Se nota que vale para actor. Me gustan los actores. En cuanto vuelve a casa, su madre dice: «¡Ay, Dios mío! Se acabó la tranquilidad. Ya se va a poner a chillar. ¡Pero, querido, que me das dolor de cabeza!». Porque va por la casa, por los desvanes con ratas, por unos agujeros negros, tan arriba como puede subir, ¡y canta y declama y no sé qué más!, y se lo oye desde abajo. Gana ya un franco diario con un procurador escribiendo cosas de pleitos. Es hijo de un antiguo chantre de Saint-Jacques-du-Haut-Pas. ¡Ay, qué bien está! Lo tengo tan loco que un día, cuando me vio haciendo la masa de las crepes, me dijo: «Señorita, haga buñuelos con sus guantes y me los comeré». Sólo a los artistas se les ocurren cosas así. ¡Ay, qué bien está! Estoy siendo muy insensata con ese chico. Pero a Blachevelle le digo que lo adoro. ¡Cómo miento, eh, cómo miento!
Favourite hizo una pausa y prosiguió:
—Dahlia, estoy muy triste. No ha dejado de llover en todo el verano, el viento me irrita, y el viento sigue como una fiera, Blachevelle es muy rácano, casi no hay guisantes en el mercado, no sabe una qué comer, tengo spleen, como dicen los ingleses. ¡La mantequilla está tan cara! Y además mira qué espanto, estamos cenando en un sitio en que hay una cama. ¡Es para cogerle asco a la vida!