Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro Segundo
La caída
Cap XII : El obispo trabaja.
Al día siguiente, al salir el sol, monseñor Bienvenu paseaba por el jardín. La señora Magloire fue a su encuentro completamente trastornada.
—¡Monseñor, monseñor! —exclamó—. ¿Sabe Su Ilustrísima dónde está la cesta de los cubiertos de plata?
—Sí —dijo el obispo.
—¡Alabado sea Dios! —contestó ella—. No sabía qué había sido de ella.
El obispo acababa de recoger la cesta en una platabanda. Se la tendió a la señora Magloire.
—Aquí está.
—Pero ¿y esto? —dijo ella—. ¡No hay nada dentro! ¿Y los cubiertos?
—¡Ah! —respondió el obispo—. ¿Eran los cubiertos lo que andaba buscando? No sé dónde están.
—¡Por los clavos de Cristo! ¡Los han robado! ¡Los ha robado el hombre de ayer por la noche!
En un abrir y cerrar de ojos, y con todos sus bríos de anciana vivaracha, la señora Magloire fue corriendo al oratorio, entró en la alcoba y regresó donde estaba el obispo. Éste acababa de agacharse y miraba con un suspiro un plantón de coclearia que la cesta había roto al caer en medio de la platabanda. Se enderezó al oír el grito de la señora Magloire.
—¡Monseñor, el hombre se ha ido! ¡Han robado los cubiertos de plata!
Según soltaba esa exclamación, le cayó la mirada en una esquina del jardín donde se veían trazas de la escalada. Estaba arrancada la albardilla de la tapia.
—¡Mire! Por ahí se fue. Saltó a la calleja de Cochefilet. ¡Ay, qué abominación! ¡Nos ha robado nuestros cubiertos de plata!
El obispo se quedó callado un momento; luego alzó unos ojos muy serios y le dijo suavemente a la señora Magloire:
—Como primera providencia, ¿eran nuestros esos cubiertos de plata?
La señora Magloire se quedó cortada. Hubo otro silencio y, luego, el obispo siguió diciendo:
—Señora Magloire, tenía en mi poder y desde hace mucho esos cubiertos. Eran de los pobres. ¿Quién era ese hombre? Un pobre, está claro.
—¡Señor, Dios mío! —respondió la señora Magloire—. No lo digo por mí, ni por la señorita. Nos da completamente igual. Lo digo por monseñor. ¿Con qué va a comer monseñor ahora?
El obispo la miró con expresión de extrañeza.
—¡Cómo! ¿Es que no hay cubiertos de estaño?
La señora Magloire se encogió de hombros.
—El estaño tiene olor.
—Pues cubiertos de hierro, entonces.
La señora Magloire hizo una mueca expresiva.
—El hierro tiene sabor.
—Bueno —dijo el obispo—, pues cubiertos de palo.