Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro Segundo
La caída
Cap V : Tranquilidad.
Después de dar las buenas noches a su hermana, monseñor Bienvenu cogió de la mesa uno de los candeleros de plata, le dio el otro al huésped y le dijo:
—Voy a llevarlo a su cuarto, señor.
El hombre lo siguió.
Como ya hemos podido observar por lo anteriormente dicho, la distribución de la vivienda era tal que para ir al oratorio donde estaba la alcoba, o para salir de él, había que pasar por el dormitorio del obispo.
Cuando cruzó por el dormitorio, la señora Magloire estaba guardando la plata en la alacena que había a la cabecera de la cama. Era lo último que hacía todas las noches antes de irse a acostar.
El obispo acomodó a su huésped en la alcoba. Estaba preparada una cama blanca y recién hecha. El hombre puso el candelero en una mesita.
—Que pase una buena noche —dijo el obispo—. Mañana por la mañana, antes de irse, tomará una taza de leche calentita de nuestras vacas.
—Gracias, señor cura —dijo el hombre.
Nada más decir esas palabras rebosantes de paz, de repente y sin transición, hizo algo raro que habría dejado heladas de espanto a las dos benditas solteronas si lo hubieran presenciado. Incluso ahora nos resulta difícil entender qué lo movía en aquel momento. ¿Quería avisar o amenazar? ¿Obedecía sencillamente a algo parecido a un impulso instintivo y confuso incluso para él? Se volvió bruscamente hacia el anciano, se cruzó de brazos y, mirando a su anfitrión con mirada salvaje, exclamó con voz ronca:
—¡Pero bueno! ¿Me da un cuarto dentro de la casa, al lado de usted, así, sin más?
Se interrumpió y añadió, con una risa en la que había algo monstruoso:
—¿Lo ha pensado bien? ¿Quién le dice a usted que no soy un asesino?