Los Miserables
Autor: Victor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro Primero
Un justo
Cap VII : Cravatte.
Aquí viene a cuento un hecho que no debemos omitir, pues es de esos que permiten ver mejor qué hombre era el señor obispo de Digne.
Tras la desintegración de la partida de Gaspard Bès, que infestó las gargantas de Ollioules, uno de sus lugartenientes, Cravatte, buscó refugio en la montaña. Estuvo escondido una temporada con sus bandidos, lo que quedaba de la banda de Gaspard Bès, en el condado de Niza; se fue luego al Piamonte y volvió a aparecer de repente en Francia, por la zona de Barcelonnette. Se escondió en las cuevas de Le Joug-de-l’Aigle y desde allí bajaba a las aldeas y los pueblos por los barrancos de Ubaye y Ubayette. Llegó incluso hasta Embrun, entró de noche en la catedral y desvalijó la sacristía. Sus bandidos asolaban la comarca. Mandaron a la gendarmería a perseguirlo, pero en vano. Siempre se escabullía; a veces resistía por la fuerza. Era un miserable muy atrevido. El obispo llegó en pleno terror. Estaba de gira por Chastelar. El alcalde fue a verlo y lo animó a volverse por donde había venido. Cravatte era el amo de la montaña hasta Arche y más allá; había peligro, incluso con escolta. Era exponer inútilmente a tres o cuatro pobres gendarmes.
—Por eso mismo —dijo el obispo— tengo intención de ir sin escolta.
—Pero ¡cómo se le ocurre a Su Ilustrísima!
—Tanto se me ocurre que me niego tajantemente a que vengan conmigo unos gendarmes y me marcho dentro de una hora.
—¿Que se va?
—Me voy.
—¿Solo?
—Solo.
—¡Monseñor! ¡No puede hacer semejante cosa!
—Hay en la montaña —siguió diciendo el obispo— un municipio muy humilde y muy pequeño por que el que llevo tres años sin aparecer. Tengo muy buenos amigos, son pastores mansos y honrados; de cada treinta cabras que cuidan, una es suya. Hacen unos cordones de lana muy bonitos de varios colores y tocan melodías de las montañas en unos flautines de seis agujeros. Necesitan que alguien les hable de Dios de vez en cuando. ¿Qué dirían de un obispo miedoso? ¿Qué dirían si no fuera?
—¡Pero, Ilustrísima, los bandidos!
—Caramba —dijo el obispo—, ahora que caigo, tiene razón. Es posible que me encuentre con ellos. Ellos también deben de estar necesitados de que alguien les hable de Dios.
—Pero, Ilustrísima, ¡si es una partida! ¡Un rebaño de lobos!
—Señor alcalde, a lo mejor es precisamente de ese rebaño del que Dios me hizo pastor. ¿Quién conoce los caminos de la Providencia?
—¡Desvalijarán a Su Ilustrísima!
—No tengo nada.
—Matarán a monseñor.
—¿Un cura viejo que pasa mascullando sandeces? ¡Bah! ¿Para qué?
—¡Ay, Dios mío! ¡Mira que si se los encuentra Su Ilustrísima!
—Les pediré una limosna para mis pobres.
—¡No vaya, monseñor, en nombre del cielo! Pone en peligro su vida.