Fausto – Johann Wolfgang Von Goethe

Noche de Walpurgis

Montañas del Harz. Comarca de Schirke y de Elend.

Fausto y Mefistófeles.

Mefistófeles

¿Bien un palo de escoba desearas?

Tener quisiera el cabro más brioso,

porque en llegar aún mucho tardaremos.

Fausto

Mientras me den mis piernas buen apoyo,

este bastón grosero me es bastante.

¡De qué sirve el camino hacer más corto!

Entrar al laberinto de los valles,

luego a riscos subir, de do el arroyo

se precipita en gotas de rocío,

es lo que este sendero hace gustoso.

Los abedules se animan y los pinos

ya, de la primavera con el soplo;

y ¿no habrá en nuestros miembros de

sentirse?

Mefistófeles

De ello nada percibo y por lo pronto,

mi cuerpo pide invierno; yo quisiera

ver nieve y hielo en el camino todo.

¡Qué triste la tardía media luna

se alza con su esplendor y visos rojos

alumbrando tan mal, que a cada paso

nos dan miedo, aquí un risco, acullá un

tronco!

Permíteme que llame un Fuego Fatuo,

allí uno va brillando con gran gozo.

¡Eh!, mi amigo, ¿llegarte no podrías?

¿y hasta arriba alumbrarnos a nosotros,

en vez de disipar tu luz en vano?

El Fuego Fatuo

Tal vez consiga, por respeto solo,

hacer violencia a mi genial inquieto:

¡no andar nunca derecho es nuestro modo!

Mefistófeles

¡A los hombres no imites! Por el Diablo

anda derecho que si no, de un soplo,

¡tu vida apagaré!

El Fuego Fatuo

Que sois el jefe

veo y vuestros mandatos reconozco.

Mirad solo que el monte está embrujado

y si os guía por entre el alboroto

un Fuego Fatuo, no queráis pedirle

exactitud y precisión en todo.

Fausto, Mefistófeles y el Fuego Fatuo,

cantando alternativamente.

Ya nos parece que entramos,

de ensalmo y sueño, en la esfera,

que esas regiones veamos,

inmensas, adonde vamos,

Fuego Fatuo considera.

Dejando atrás unos y otros,

cómo raudos se retiran

los troncos ante nosotros.

Las quiebras, cómo se estiran;

y las grandes, fieras bocas

y narices de las rocas,

cómo roncan y respiran.

Por la grama y los pedrones,

se abalanza el arroyuelo.

¿Suena el agua?, ¿son canciones?,

¿o son los himnos del cielo,

de dulce, amorosa pena?

De cuanto se ama y se afana,

el eco siempre resuena

como una historia lejana.

Del búho y grajo, la queja,

los oídos atosiga.

¿Es esa, salamanqueja?

¡Largas piernas, gran barriga!

¡Las raíces, cual culebras,

suelo y peñascos cubriendo

nos tienden extrañas hebras,

espantarnos pretendiendo;

de entre bolas animadas,

como pólipos se extienden

y el agarrarnos pretenden.

Y ved en gruesas bandadas,

las ratas de mil colores,

por musgo y brezos, llegar.

Y en apiñados fulgores

las luciérnagas volar

aumentando los terrores.

Dime si aquí nos quedamos

o si más lejos aún vamos.

Ya todo girar parece

en completa barabúnda

y la confusión más crece,

con tanta luz vagabunda

que brilla, corre y fenece.

Mefistófeles, a Fausto.

¡Ásete bien de mí! Ya hemos subido

a un pico, do se mira con asombro

cómo hierve Mammón dentro del monte.

Fausto

¡Cuan raro se levanta, desde el fondo

un opaco esplendor que el alba imita

y alegra con su luz, del tenebroso

abismo, las más hondas cavidades!

Aquí y allá se elevan, en contorno,

nieblas, vapores y un fulgor se mira

entre ellos rebrillar; parece solo

un hilillo primero, y luego, salta

como fuente. Con miles de recodos.

un gran espacio abarca por el valle

y cuando llega a ese rincón remoto

en un canal se junta de repente;

allí las chispas, como arenas de oro

que el viento desparrama, saltan. ¡Mira,

ardiendo en llama están los montes todos!

Mefistófeles

¿Con lujo, no ilumina su palacio,

Mammón en esta fiesta? Bien dichoso

eres en ver tal cosa. Mas ya empiezo

a columbrar los juguetones coros.

Fausto

¡Cómo en el aire la borrasca ruge!

¡Con qué furor, estréllase en mis hombros!

Mefistófeles

Pégate a las costillas del peñasco

porque no caigas, del abismo, al fondo.

Densas nieblas, la noche ya oscurecen,

cruje el bosque y aléjanse medrosos

los búhos. Los pilares de los siempre

verdeantes palacios, saltan rotos.