Fausto – Johann Wolfgang Von Goethe
Prólogo en el teatro
El Director, El Poeta, El Gracioso
El Director
Vosotros que me habéis fieles sacado,
tantas veces, de apuros y de penas
decidme si esperáis que en Alemania,
feliz éxito logre nuestra empresa.
Agradar a la turba yo deseo,
y mucho, porque al fin nos alimenta.
Ved, ábrese el proscenio y están todos
esperando anhelantes una fiesta;
quietos se sientan y enarcado el cejo,
en pasmarse de todo, no más piensan.
Yo sé bien cómo al público se agrada
y así nunca, como hoy, me confundiera.
A lo mejor no están acostumbrados,
es cierto, mas de libros tienen llena
la memoria; ¿qué hacer para que todo
significante y agradable sea?
Yo quiero ver la turba, como un río,
precipitarse contra nuestras puertas,
y en repetidas y furiosas olas
penetrar solamente a viva fuerza;
que desde mediodía griten, riñan
para llegar de la oficina cerca,
y como en las hambrunas, por pan, todos,
por boletos, se ataquen y se hieran.
El poeta solo hace estos milagros;
¡házmelos, pues, amigo, hoy mismo!
El Poeta
¡Deja!
No me hables de esa turba pintorreada
a cuya vista el numen se nos niega;
ocúltame esa masa bullidora
que en su recial nos hunde con violencia.
No; llévame a la atmósfera tranquila
donde halle goces puros el poeta;
do, del amor y la amistad, las manos
divinas nuestra dicha guardan, crean.
¡Ay! lo que en lo más íntimo del pecho
allí nos brota y que balbucía apenas
nuestro labio con bueno o mal suceso,
lo traga, del presente, la violencia,
y solo, transcurridos muchos años,
aparece en su forma más completa:
para el momento es todo lo que brilla;
mas la hermosura real, intacta queda
a la posteridad.