Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Quinta Parte: Jean Valjean
Libro quinto
El nieto y el abuelo
Cap VIII : Dos hombres imposibles de localizar.
Por mucho que fuera el encanto en que vivía, no le borró de la mente a Marius otras preocupaciones.
Durante los preparativos de la boda, y a la espera de la fecha fijada, encargó unas investigaciones retrospectivas difíciles y escrupulosas.
Debía agradecimientos por varios lados; los debía en nombre de su padre y los debía en nombre propio.
Estaba Thénardier; y estaba el desconocido que lo había llevado a él, a Marius, a casa del señor Gillenormand.
Marius estaba empeñado en encontrar a esos dos hombres, pues no tenía intención de casarse, de ser feliz y de olvidarlos; y temía que, si se quedaban sin pagar, esas deudas del deber proyectasen una sombra en su vida, tan luminosa a partir de ahora. Le resultaba imposible dejar todos esos atrasos pendientes a la espalda y quería, antes de entrar jubilosamente en el porvenir, que el pasado le hubiera extendido un recibo de pago.
Que Thénardier fuese un sinvergüenza no restaba nada al hecho de que hubiera salvado al coronel Pontmercy. Thénardier era un bandido para todo el mundo, menos para Marius.
Y Marius, que nada sabía de la verdadera escena del campo de batalla de Waterloo, no estaba al tanto de la particularidad de que su padre estaba con Thénardier en esa peculiar situación de deberle la vida sin deberle agradecimiento alguno.
Ninguno de los agentes diversos a los que recurrió Marius consiguió hallar el rastro de Thénardier. Por ese lado todo parecía haberse borrado por completo. La Thénardier había muerto en la cárcel durante la instrucción del juicio. Thénardier y su hija Azelma, los dos únicos que quedaban de aquel grupo lastimoso, habían vuelto a hundirse en la sombra. La sima de lo Desconocido social había vuelto a cerrarse silenciosamente sobre esas personas. Ni siquiera se veía ya en la superficie ese estremecimiento, ese temblor, esos oscuros círculos concéntricos que anuncian que algo ha caído ahí y es posible echar una sonda.
Al haber muerto la Thénardier, al quedar exculpado Boulatruelle, al haber desaparecido Claquesous y haberse escapado de la cárcel los principales acusados, el juicio de la emboscada del caserón Gorbeau había quedado más o menos abortado. El asunto se había aclarado muy poco. El banco del tribunal de lo criminal había tenido que conformarse con dos subalternos: Panchaud, conocido por Printanier, conocido por Bigrenaille, y Demi-Liard, conocido por Deux-Milliards, a quienes condenaron, en un juicio entre partes, a diez años de presidio. A trabajos forzados a perpetuidad condenaron en rebeldía a sus cómplices. A Thénardier, el jefe y el incitador, lo condenaron, también en rebeldía, a muerte. Esta condena era lo único que quedaba de Thénardier y arrojaba sobre ese nombre enterrado su fulgor siniestro, como una vela al lado de un ataúd.
Por lo demás, al conseguir que Thénardier retrocediera hasta las profundidades más remotas por temor a que volvieran a cogerlo, esta condena incrementaba la espesura tenebrosa que cubría a aquel hombre.