Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro segundo
Éponine
Cap II : Formación embrionaria de los crímenes en la incubación de las cárceles.
El éxito de Javert en el caserón Gorbeau había parecido completo, pero no lo había sido.
Lo primero, y ésa era su principal preocupación, Javert no había apresado al prisionero. El asesinado que se evade es más sospechoso que el asesino; y es probable que aquel personaje, captura tan preciada para los bandidos, no fuera una presa menos apetecible para la autoridad.
Además, a Javert se le había escapado Montparnasse.
Había que esperar otra ocasión para echarle el guante a aquel «petimetre del demonio». Efectivamente, Montparnasse se encontró con Éponine, que estaba montando guardia bajo los árboles del bulevar, y se la llevó, pues prefería ser Némorin con la hija que Schinderhannes con el padre. En buena hora se le ocurrió. Estaba en libertad. En cuanto a Éponine, Javert la «volvió a pescar». Flaco consuelo. Éponine fue a reunirse con Azelma a Les Madelonnettes.
Y por último, en el trayecto desde el caserón Gorbeau a La Force perdieron a uno de los principales detenidos, Claquesous. No sabían cómo había ocurrido; los agentes y los guardias «no entendían nada»; se había convertido en vapor, se había escurrido de las esposas de los pulgares, se había colado entre las grietas del carruaje, el coche de punto estaba rajado y él se había escapado; nadie sabía qué decir, salvo que, al llegar a la cárcel, Claquesous ya no estaba. Aquello era cosa de magia o de la policía. ¿Claquesous se había derretido en las tinieblas como un copo de nieve en el agua? ¿Se había dado una connivencia oculta de los agentes? ¿Pertenecía aquel hombre al doble enigma del desorden y del orden? ¿Era acaso concéntrico a la infracción y a la represión? ¿Tenía aquella esfinge las patas delanteras en el crimen y las patas traseras en la autoridad? Javert no admitía tales combinaciones y se habría encrespado ante concesiones de esa laya; pero en su grupo había otros inspectores, más puestos que él quizá, por muy subordinados suyos que fueran, en los secretos de la prefectura; y Claquesous era un bandido de tal calibre que podía ser un agente estupendo. Tener tan íntimas relaciones de escamoteo con la oscuridad es algo excelente para el bandidaje y admirable para la policía. Existen pillos así, de dos filos. Fuere como fuere, no volvieron a dar con el extraviado Claquesous. Javert mostró más irritación que extrañeza.
En cuanto a Marius, «ese pánfilo de abogado que seguramente había tenido miedo» y cuyo nombre se le había olvidado a Javert, éste no tenía gran empeño puesto en él. Por lo demás, a un abogado siempre se lo puede encontrar. Aunque ¿era siquiera abogado?
Habían empezado a instruir el proceso.
Al juez de instrucción le pareció oportuno no incomunicar a uno de los hombres de la banda de El culo del gato con la esperanza de que se fuera de la lengua. Ese hombre era Brujon, el melenudo de la calle de Le Petit-Banquier. Lo dejaron salir al patio Charlemagne y los vigilantes no le quitaron ojo.