Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro octavo

Los cementerios toman lo que les dan

Cap VII : Donde el lector hallará el origen de la expresión: no dejar que se le vaya a uno el santo al cielo.

Esto es lo que estaba pasando en el nivel superior al de la caja en la que estaba Jean Valjean.

Cuando se hubo alejado el coche fúnebre, cuando el sacerdote y el monaguillo volvieron a subirse a su carruaje y se marcharon, Fauchelevent, que no le quitaba ojo al sepulturero, lo vio agacharse y agarrar la pala, que tenía clavada en el montón de tierra.

Entonces Fauchelevent tomó una decisión suprema.

Se interpuso entre la sepultura y el sepulturero, se cruzó de brazos y dijo:

—¡Yo convido!

El sepulturero lo miró asombrado y contestó:

—¿Qué dice, paleto?

Fauchelevent repitió:

—Yo convido.

—¿Qué?

—A vino.

—¿Qué vino?

—Argenteuil.

—¿Cómo que Argenteuil?

—En Le Bon Coing.

—¡Vete al infierno!

Y echó una paletada de tierra encima del ataúd.

Fue un sonido cavernoso. Fauchelevent notó que trastabillaba y estaba a punto de caer también él a la fosa. Gritó, con voz en que empezaba a asomar el ahogo del estertor:

—¡Compañero, antes de que cierren Le Bon Coing!

El sepulturero volvió a llenar de tierra la pala. Fauchelevent repitió:

—¡Yo convido!

Y le agarró el brazo al sepulturero.

—Atienda, compañero. Soy el sepulturero del convento y vengo a echarle una mano. Es una tarea que se puede hacer de noche. Vamos primero a echar un trago.

Y, mientras lo decía, al tiempo que se aferraba a esa insistencia desesperada, se le ocurría esta reflexión lúgubre:

«Y, suponiendo que eche el trago, ¿se emborrachará?».

—Provinciano —dijo el sepulturero—, si se empeña, accedo. Beberemos. Después de la obligación; antes, nunca.

Y movió la pala. Fauchelevent lo sujetó:

—¡Es un Argenteuil de treinta céntimos!

—Vamos a ver —dijo el sepulturero—, ¿es usted campanero o qué? Ding, dong, ding, dong. ¿Sólo sabe decir eso? ¡Váyase a paseo!

Y echó la segunda paletada.

Fauchelevent estaba llegando a ese estado en que ya no sabe uno lo que dice.

—Pero venga a echar un trago, caramba —gritó—. ¿No le digo que convido yo?

—Cuando acostemos a la criatura —dijo el sepulturero.

Y echó la tercera paletada.

Luego hundió la pala en la tierra y añadió:

—Mire, va a hacer frío esta noche y la muerta se enfadaría con nosotros si la dejásemos plantada sin arroparla.

En ese momento, al llenar la pala de tierra, el sepulturero se agachó y se le ahuecó el bolsillo de la chaqueta.

La mirada extraviada de Fauchelevent cayó automáticamente en ese bolsillo y se le quedó clavada en él.

Todavía no se había metido el sol tras el horizonte; había luz bastante para que pudiera verse algo blanco dentro de aquel bolsillo abierto.