La Odisea
Canto XVI
Telémaco reconoce a Odiseo.
No bien rayó la luz de la aurora, Odiseo y el divinal porquerizo encendieron fuego en la cabaña y prepararon el desayuno, después de despedir a los pastores que se fueron con los cerdos repartidos en piaras. Cuando Telémaco llegó a la majada, los perros ladradores le halagaron, sin que ninguno ladrase. Advirtió Odiseo que los perros meneaban la cola, percibió el ruido de las pisadas, y en seguida dijo a Eumeo estas aladas palabras:
—¡Eumeo! Sin duda viene algún compañero tuyo u otro conocido, porque los perros, en vez de ladrar, mueven la cola y oigo ruido de pasos.
Aún no había terminado de proferir estas palabras, cuando su caro hijo se detuvo en el umbral. Levantóse atónito el porquerizo, se le cayeron las tazas con que se ocupaba en mezclar el negro vino, fuese al encuentro de su señor y le besó la cabeza, los bellos ojos y ambas manos, vertiendo abundantes lágrimas.
De la suerte que el padre amoroso abraza al hijo unigénito que le nació en la senectud y por quien ha pasado muchas fatigas, cuando éste torna de lejanos países después de una ausencia de diez años; así el divinal porquerizo estrechaba al deiforme Telémaco y le besaba, como si el joven se hubiera librado de la muerte.
Y sollozando, estas aladas palabras le decía:
—¡Has vuelto, Telémaco mi dulce luz! No pensaba verte más desde que te fuiste en la nave a Pilos. Mas ea, entra, hijo querido, para que se huelgue mi ánimo en contemplarte ya que estás en mi cabaña recién llegado de otras tierras. Pues no vienes a menudo a ver el campo y los pastores sino que te quedas en la ciudad: ¿tanto te place fijar la vista en la multitud de los funestos pretendientes?
Respondió el prudente Telémaco:
—Se hará como deseas, abuelo, que por ti vine, por verte con mis ojos y saber si mi madre permanece todavía en el palacio o ya alguno de aquellos varones se casó con ella, y el lecho de Odiseo, no habiendo quien yazga en él, está por las telarañas ocupado.
Le dijo entonces el porquerizo, mayoral de pastores:
—Ella permanece en tu palacio, con el ánimo afligido, y consume tristemente los días y las noches, llorando sin cesar.
Cuando así hubo hablado tomóle la broncínea lanza; y Telémaco entró por el umbral de piedra. Su padre Odiseo quiso ceder el asiento al que llegaba, pero Telémaco prohibióselo con estas palabras:
—Siéntate, huésped, que ya hallaremos asiento en otra parte de nuestra majada, y está muy próximo el varón que ha de prepararlo.
Así le dijo: y el héroe tornó a sentarse. Para Telémaco, el porquerizo esparció por tierra ramas vedes y cubriólas con una pelleja, en la cual se acomodó el caro hijo de Odiseo. Luego sirvióles el porquerizo platos de carne asada que había sobrado de la comida de la víspera, amontonó diligentemente el pan en los canastillos, vertió en una copa de hiedra vino dulce como la miel, y sentóse enfrente al divinal Odiseo. Todos metieron mano en las viandas que tenían delante.
Y ya satisfecho el apetito de beber y de comer, Telémaco habló de este modo al divinal porquerizo:
—¡Abuelo! ¿De dónde te ha llegado ese huésped? ¿Cómo los marineros lo trajeron a Ítaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que haya venido andando.
Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo:
—¡Oh, hijo! De todo voy a decirte la verdad. Se precia de tener su linaje en la espaciosa Creta,