VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORE
CAPÍTULO XCIX. Cómo echamos los dos bergantines al agua, y cómo el gran Montezuma dijo que quería ir a caza, y fue en los bergantines hasta un peñol donde había muchos venados y caza; que no entraba en el alcázar persona ninguna, con grave pena.
Como los dos bergantines fueron acabados de hacer y echados al agua, y puestos y aderezados con sus jarcias y mástiles, con sus banderas reales e imperiales, y apercebidos hombres de la mar para los marear, fueron en ellos al remo y vela, y eran muy buenos veleros. Y como Montezuma lo supo, dijo a Cortés que quería ir a caza en la laguna a un peñol que estaba acotado, que no osaban entrar en él a montear por muy principales que fuesen, so pena de muerte; y Cortés le dijo que fuese mucho en buen hora, y que mirase lo que de antes le había dicho cuando fue a sus ídolos, que no era más su vida de revolver alguna cosa, y que en aquellos bergantines iría, que era mejor navegación ir en ellos que en sus canoas y piraguas, por grandes que sean; y el Montezuma se holgó de ir en el bergantín más velero, y metió consigo muchos señores y principales, y el otro bergantín fue lleno de caciques y un hijo de Montezuma, y apercebió sus monteros que fuesen en canoas y piraguas. Cortés mandó a Juan Velázquez de León, que era capitán de la guarda, y a Pedro de Albarado y a Cristóbal de Olí fuesen con él, y Alonso de Ávila con ducientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo que les daba, y mirasen por el gran Montezuma; y como todos estos capitanes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los soldados que he dicho, y cuatro tiros de bronce con toda la pólvora que había, con nuestros artilleros, que se decían Mesa y Arvenga, y se hizo un toldo muy emparamentado, según el tiempo; y allí entró Montezuma con sus principales; y como en aquella sazón hizo el viento muy fresco, y los marineros se holgaban de contentar y agradar al Montezuma, mareaban las velas de arte que iban volando, y las canoas en que iban sus monteros y principales quedaban atrás, por muchos remeros que llevaban. Holgábase el Montezuma y decía que eran gran maestría la de las velas y remos todo junto; y llegó al peñol, que no era muy lejos, y mató toda la caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvió muy contento a la ciudad. Y cuando llegábamos cerca de Méjico mandó Pedro de Albarado y Juan Velázquez de León y los demás capitanes que disparasen el artillería, de que se holgó mucho Montezuma, que, como le víamos tan franco y bueno, le teníamos en el acato que se tienen los reyes destas partes, y él nos hacía lo mismo.
Y si hubiese de contar las cosas y condición que él tenía de gran señor, y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva España y de otras provincias le hacían, es para nunca acabar, porque cosa ninguna que mandaba que le trajesen, aunque fuese volando, que luego no le era traído; y esto dígolo porque un día estábamos tres de nuestros capitanes y ciertos soldados con el gran Montezuma, y acaso abatióse un gavilán en unas salas como corredores por una codorniz; que cerca de las casas y palacios donde estaba el Montezuma preso estaban unas palomas y codornices mansas, porque por grandeza las tenía allí para criar el indio mayordomo que tenía cargo de barrer los aposentos; y como el gavilán se abatió y llevó presa, viéronlo nuestros capitanes, y dijo uno dellos, que se decía Francisco de Acevedo el Pulido, que fue maestresala del almirante de Castilla: «¡Oh qué lindo gavilán, y qué presa hizo, y tan buen vuelo tiene!» Y respondimos los demás soldados que era muy bueno, y que había en estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería; y el Montezuma estuvo mirando en lo que hablábamos,…