La Divina comedia del PARAISO

Libro de Dante Alighieri

CANTO SEPTIMO

LORIA a ti, Santo Dios de los Ejércitos, que esparces tu claridad sobre los felices fuegos, esto es, sobre las almas dichosas de este reino.» Así oí que cantaba, volviéndose hacia su esfera, aquella substancia, sobre la cual resplandece un doble fulgor. Ella y las otras emprendieron su danza, y cual centellas velocísimas se me ocultaron con su repentino alejamiento. Yo dudaba y decía entre mí: «Dile, dile a mi Dama que calme mi sed con sus dulces palabras.» Pero aquel respeto que se apodera completamente de mí tan sólo al oír B o ICE,[117] me hacía inclinar la cabeza como un hombre que dormita. Beatriz no consintió que yo estuviese así mucho tiempo; e irradiando sobre mí una sonrisa que haría feliz a un hombre en el fuego, empezó a decirme:

—Según mi parecer infalible, estás pensando cómo fué justamente castigada la justa venganza; pero yo despejaré en breve tu espíritu: escucha, pues, que mis palabras te ofrecerán el dón de una gran verdad. Por no haber soportado un útil freno a su voluntad aquel hombre que no nació[118], al condenarse, condenó a toda su descendencia; por lo cual la especie humana yació enferma por muchos siglos en medio de un grande error, hasta que el Verbo de Dios se dignó descender adonde, por un sólo acto de su eterno amor, unió a sí en persona la naturaleza, que se había alejado de su Hacedor. Ahora mira atentamente lo que digo: Esta naturaleza unida a su Hacedor, tal cual fué creada, era sincera y buena; pero por sí misma fué desterrada del Paraíso, porque se salió del camino de la verdad y de su vida. La pena, pues, que la Cruz hizo sufrir a la naturaleza humana de Jesucristo, si se mide por esa misma naturaleza, fué más justa que otra cualquiera; pero tampoco hubo otra tan injusta, si se atiende a la Persona divina que la sufrió, y a la que estaba unida aquella naturaleza. Por lo tanto, aquel hecho produjo efectos diferentes; porque la misma muerte fué grata a Dios y a los Judíos; por ella tembló la Tierra, y por ella se abrió el Cielo. No te debe ya parecer tan incomprensible cuando te digan que un tribunal justo ha castigado una justa venganza. Mas ahora veo tu mente comprimida, de idea en idea, en un nudo, del que espera con ansia verse libre. Tú dices: «Comprendo bien lo que oigo; pero no veo bien por qué Dios quisiera valerse de este medio para nuestra redención.» Este decreto, hermano, está velado a los ojos de todo aquel cuyo espíritu no haya crecido en la llama de la caridad. Y en efecto, como se examina mucho este punto, y se le comprende poco, te diré por qué fué elegido aquel medio como el más digno. La divina bondad, que rechaza de sí todo rencor, ardiendo en sí misma centellea de tal modo, que hace brotar las bellezas eternas. Lo que procede inmediatamente de ella sin otra cooperación no tiene fin; porque nada hace cambiar su sello una vez impreso. Lo que sin cooperación procede de ella es completamente libre, porque no está sujeto a la influencia de las cosas secundarias; y cuanto más se le asemeja, más le place, pues el amor divino que irradia sobre todo, se manifiesta con mayor brillo en lo que se le parece más. La criatura humana disfruta la ventaja de todos estos dones; pero si le falta uno solo, es preciso que decaiga su nobleza. Sólo el pecado es el que le arrebata su libertad y su semejanza con el Sumo Bien; por lo cual refleja muy poco su luz, y no vuelve a adquirir su dignidad, si no llena de nuevo el vacío que dejó la culpa, expiando sus malos placeres por medio de justas penas. Cuando vuestra naturaleza entera pecó en su germen, se vió despojada de estas dignidades y lanzada del Paraíso, y no hubiera podido recobrarlas (si lo examinas sutilmente) por ningún camino, sin pasar por uno de estos vados: o porque Dios, en su bondad, perdonara el pecado, o porque el hombre por sí mismo redimiera su falta. Fija ahora tus miradas en el abismo del Consejo eterno, y está tan atento como puedas a mis palabras…