Divina comedia del PARAISO
Libro de Dante Alighieri
CANTO SEGUNDO
AH vosotros, que, deseosos de escucharme, habéis seguido en una pequeña barca tras de mi bajel que navega cantando, virad para ver de nuevo vuestras playas! No os internéis en el piélago, porque quizá, perdiéndome yo, quedaríais perdidos. El agua por donde sigo no fué jamás recorrida; Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve Musas me enseñan las Osas. Y vosotros los que, en corto número, levantasteis ha tiempo las miradas hacia el pan de los ángeles, del cual se vivo aquí pero sin que nadie quede harto, bien podéis dirigir vuestra nave por el alta mar, siguiendo mi estela sobre el agua que se reúne en breve. Aquellos gloriosos héroes que pasaron a Colcos no se admiraron cuando vieron a Jasón convertido en boyero, como os admiraréis ahora vosotros. La innata y perpetua sed del deiforme reino nos hacía ir tan veloces como veloz veis al mismo cielo. Beatriz miraba hacia arriba, y yo la miraba a ella; y quizá en menos tiempo del en que se coloca un dardo, y se despide del arco y vuela, me vi llegado a un punto donde una cosa admirable atrajo mis miradas: por lo cual, Aquélla para quien no podían estar ocultos mis sentimientos, vuelta hacia mí tan agradable como bella, me dijo:
—Eleva tu agradecida mente hacia Dios, que nos ha transportado a la primera estrella.
Parecíame que se extendiese sobre nosotros una nube lúcida, densa, sólida y bruñida, como un diamante herido por los rayos del Sol. La eterna margarita nos recibió dentro de sí, como el agua que, permaneciendo unida, recibe un rayo de luz. Si yo era cuerpo, y si en la Tierra no se concibe cómo una dimensión pueda admitir a otra, según debe suceder si un cuerpo penetra en otro, debería abrasarnos mucho más el deseo de contemplar aquella esencia, en que se ve cómo Dios y nuestra naturaleza se unieron. Allí se verá esto que creemos por la fe; pero sin demostración alguna, pues será conocido por sí mismo, como la primera verdad en que el hombre cree. Yo respondí:
—Señora, con tanto reconocimiento como cabe en mí, doy gracias a Aquél que me ha alejado del mundo mortal. Pero decidme: ¿qué son las obscuras señales de este cuerpo, que allá abajo en la Tierra dan ocasión a algunos para inventar patrañas sobre Caín?[106]
Sonrióse un poco, y después me dijo:
—Si la opinión de los mortales se extravía donde la llave de los sentidos no puede abrir, no deberían en verdad punzarte desde ahora las flechas de la admiración; pues ves que, si la razón sigue a los sentidos, debe tener muy cortas las alas; pero dime qué es lo que tú piensas con respecto a esto.
Le contesté:
—Lo que aquí arriba me parece de diferente forma, creo que debe ser producido por cuerpos enrarecidos y por cuerpos densos.
Ella repuso:
—Verás de un modo cierto que tu creencia está basada en una idea falsa, si escuchas bien el argumento que voy a oponerte. La octava esfera os muestra muchas luces, las cuales puede verse que presentan aspectos diferentes así en calidad como en cantidad. Si esto fuera efecto solamente del enrarecimiento y la densidad, en todas ellas habría una sola e idéntica virtud, aunque distribuida en más o menos abundancia y proporcionalmente a sus respectivas masas. Siendo diversas las virtudes, necesariamente han de ser fruto de principios formales; y éstos, menos uno, quedarían destruídos por tu raciocinio. Además, si el enrarecimiento fuese la causa de aquellas manchas acerca de las cuales me preguntas, entonces o el planeta estaría en algunos puntos privado de su materia de parte a parte, o bien del modo que en un cuerpo alternan lo graso y magro, así el volumen de éste se compondría de hojas diferentes. Si fuese cierto lo primero, se manifestaría en los eclipses de Sol, porque la luz de éste pasaría a través de la Luna, como atraviesa por cualquier cuerpo enrarecido…