Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Quinta Parte: Jean Valjean
Libro sexto
La noche en blanco
Cap III : La inseparable.
¿Qué había sido de Jean Valjean?
Nada más echarse a reír tras la cariñosa conminación de Cosette, al ver que nadie se fijaba en él, Jean Valjean se puso de pie e, inadvertido, llegó al recibidor. Era esa misma estancia donde, ocho meses antes, había entrado, negro de barro, de sangre y de pólvora, para devolverle el nieto al abuelo. Guirnaldas de hojas y flores adornaban los antiguos entrepaños de madera de las paredes; los músicos estaban sentados en el sofá donde habían colocado a Marius. Basque, con frac negro, calzón y medias y guantes blancos, colocaba coronas de rosas alrededor de todas las fuentes que iban a servir. Jean Valjean le enseñó el brazo en cabestrillo, dejó a su cargo la explicación de su ausencia y salió.
Las ventanas del comedor daban a la calle. Jean Valjean se quedó unos minutos, a pie firme e inmóvil, en la oscuridad, bajo esas ventanas radiantes. Escuchaba. Le llegaba el ruido confuso del banquete. Oía la voz alta y magistral del abuelo, los violines, el tintineo de los platos y de las copas, las carcajadas; y, entre todo ese rumor alegre, oía la voz jubilosa de Cosette.
Se fue de la calle de Les Filles-du-Calvaire y se volvió a la calle de L’Homme-Armé.
Para volver tiró por la calle de Saint-Louis, la calle de Culture-Sainte-Catherine y Les Blancs-Manteaux; era un camino algo más largo, pero era el mismo por el que, desde hacía tres meses, para evitar los atascos y el barro de la calle Vieille-du-Temple, solía ir a diario con Cosette de la calle de L’Homme-Armé a la calle de Les Filles-du-Calvaire.
Aquel camino, por el que había pasado Cosette, excluía para él cualquier otro.
Jean Valjean regresó a su casa. Encendió la vela y subió. La vivienda estaba vacía. Ni siquiera Toussaint estaba ya allí. Los pasos de Jean Valjean sonaban en las habitaciones más de lo acostumbrado. Todos los armarios estaban abiertos. Entró en el cuarto de Cosette. Ya no había sábanas en la cama. La almohada de cutí, sin funda y sin encajes, estaba encima de las mantas dobladas al pie del colchón, que tenía la funda al aire y en el que nadie volvería ya a dormir. Se habían llevado todos los menudos objetos femeninos a los que tenía apego Cosette; sólo quedaban los muebles grandes y las cuatro paredes. También la cama de Toussaint estaba sin sábanas. Sólo había una cama hecha y que pareciera estar esperando a alguien, y era la de Jean Valjean.
Jean Valjean miró las paredes, cerró las puertas de algunos armarios, anduvo de una habitación a otra.
Entró luego en su cuarto, y puso la vela encima de una mesa.
Había sacado el brazo del cabestrillo y usaba la mano derecha como si ya no le doliera.
Se acercó a su cama y clavó la vista, ¿fue por casualidad?, ¿fue intencionadamente?, en la inseparable, de la que había tenido celos Cosette, en la maletita de la que nunca se separaba. El 4 de junio, al llegar a la calle de L’Homme-Armé, la había dejado en un velador, junto a la cabecera de la cama. Se acercó a ese velador con cierta animación, se sacó una llave del bolsillo y abrió la maleta.