Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Quinta Parte: Jean Valjean
Libro quinto
El nieto y el abuelo
Cap III : Marius ataca.
Un día, el señor Gillenormand, mientras su hija ordenaba los frascos y las tazas encima del mármol de la cómoda, se había inclinado hacia Marius y le decía con su tono más tierno:
—Mira, Marius, hijito, yo en tu lugar empezaría ahora a tomar carne, mejor que pescado. Un lenguado frito es estupendo para iniciar una convalecencia; pero, para poner de pie al enfermo, se necesita una buena chuleta.
Marius, que ya había recuperado las fuerzas casi por completo, las reunió, se sentó, apoyó los dos puños crispados en las sábanas de la cama, miró a su abuelo de frente, puso una expresión tremenda y dijo:
—Esto me lleva a decirle a usted una cosa.
—¿Qué es ello?
—Que quiero casarme.
—Ya está previsto —dijo el abuelo. Y se echó a reír.
—¿Cómo que ya está previsto?
—Sí, está previsto. Tendrás a tu chiquilla.
Marius, estupefacto, y con el agobio de un deslumbramiento, se estremeció de arriba abajo.
El señor Gillenormand siguió diciendo:
—Sí, tendrás a esa guapa niña tuya, tan bonita. Viene todos los días, en forma de un señor mayor, a saber cómo estás. Desde que te hirieron, se pasa la vida llorando y haciendo hilas. Me he informado. Viven en la calle de L’Homme-Armé, en el número 7. ¡Ah, conque hemos acertado! ¡Ah, conque la quieres para ti! Bueno, pues la tendrás. No te lo esperabas, ¿eh? Te habías organizado tu conspiracioncita; te habías dicho: Se lo voy yo a decir por las bravas al abuelo ese, a esa momia de la regencia y del Directorio, a ese antiguo petimetre, a ese Dorante convertido en Geronte; él también tuvo sus devaneos y sus amoríos, y sus modistillas y sus Cosettes; tuvo sus frufrús, probó sus alas, comió el pan de la primavera; tendrá que recordarlo. Vamos a verlo. Batalla. ¡Ah, conque coges al abejorro por los cuernos! Pues muy bien. Te ofrezco una chuleta y me contestas: Por cierto, me quiero casar. Menuda transición. ¡Ah, conque pensabas que me iba a mosquear! No sabías que soy un viejo cobarde. ¿Y ahora qué me dices? Te da rabia, ¿eh?, encontrarte con que tu abuelo es todavía más tonto que tú. ¡Ésa no te la esperabas! Te has quedado sin poder echarme el discurso que me ibas a echar, señor abogado. Pues te chinchas. Hago lo que quieras que haga, ¿a que te has quedado de un aire, so imbécil? Mira, yo también me he informado, yo también soy un taimado; es encantadora; es formal; de lanceros, nada; ha hecho montones de hilas; es una joya; te adora. Si te hubieras muerto, ya habríamos sido tres; su caja habría acompañado a la mía. Se me había ocurrido que podía, en cuanto estuvieras mejor, plantártela por las buenas junto a la cama; pero a las muchachas sólo en las novelas se las coloca de sopetón al lado de la cama de los heridos guapos por los que sienten interés. Eso no se hace. ¿Qué habría dicho tu tía? Te pasabas desnudo casi todo el rato, muchacho. Pregúntale a Nicolette, que no se ha separado de ti ni un minuto, si era posible tener aquí a una mujer. Y, además, ¿qué habría dicho el médico? Las chicas bonitas no curan la fiebre. En fin, ya está bien, vamos a dejarlo, dicho está, hecho está, confirmado está, tuya es. Mira lo feroz que soy.