Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro undécimo
El átomo confraterniza con el huracán
Cap VI : Reclutamientos.
El grupo crecía por momentos. Al pasar por la calle de Les Billetes, un hombre canoso de elevada estatura, cuyo aspecto rudo y atrevido les llamó la atención a Courfeyrac, Enjolras y Combeferre, pero a quien ninguno conocía, se unió a ellos. Gavroche, que andaba muy ocupado cantando, silbando, zumbando, yendo en cabeza y pegando en los postigos de los comercios con la culata de la pistola sin percutor, no se fijó en el hombre aquel.
Por casualidad pasaron, en la calle de la Verrerie, por delante de la puerta de Courfeyrac.
—¡Mira tú qué cosa más oportuna! —dijo Courfeyrac—. Se me había olvidado la bolsa y he perdido el sombrero.
Salió del grupo y subió las escaleras de cuatro en cuatro. Cogió un sombrero viejo y la bolsa. También cogió un cofre cuadrado bastante voluminoso, del tamaño de una maleta grande, que tenía escondido entre la ropa sucia. Según bajaba corriendo, la portera lo llamó.
—¡Señor de Courfeyrac!
—Portera, ¿usted cómo se llama? —replicó Courfeyrac.
La portera se quedó pasmada.
—Pero si lo sabe de sobra; soy la portera, la señora Veuvain.
—Bueno, pues si me vuelve a llamar señor de Courfeyrac, la llamaré señora de Veuvain. Y, ahora, hable. ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?
—Hay alguien que quiere hablar con usted.
—¿Y quién es?
—No lo sé.
—¿Dónde está?
—En mi chiscón.
—¡Que se vaya al diablo! —dijo Courfeyrac.
—Pero ¡si lleva esperando más de una hora a que volviera usted! —dijo la portera.
Al tiempo, algo así como un obrero joven, flaco, pálido, bajo y pecoso, que llevaba un blusón con agujeros y un pantalón de pana con parches y más parecía una muchacha disfrazada de chico que un hombre, salió del chiscón y le dijo a Courfeyrac con una voz que, desde luego, no era ni poco ni mucho una voz de mujer:
—¿El señor Marius, si me hace el favor?
—No está.
—¿Volverá esta noche?
—No tengo ni idea.
Y Courfeyrac añadió:
—Yo, en cualquier caso, no pienso volver.
El joven lo miró fijamente y le preguntó:
—¿Y eso por qué?
—Porque no.
—¿Dónde va?
—¿Y a ti qué te importa?
—¿Quiere que le lleve el cofre?
—Voy a las barricadas.
—¿Quiere que vaya con usted?
—Si quieres… —contestó Courfeyrac—. La calle es libre, y los adoquines son de todos.