Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro décimo

El 5 de junio de 1832

Cap V : Originalidad de París.

En los dos últimos años, ya lo hemos dicho, París había visto más de una insurrección. Fuera de los barrios insurrectos, no suele darse nada más curiosamente apacible que la fisonomía de París durante unos disturbios. París se acostumbra enseguida a todo —son sólo unos disturbios— y París tiene tanto que hacer que no se inmuta por tan poco. Sólo en estas ciudades colosales pueden darse espectáculos así. Sólo en esos recintos inmensos pueden caber a un tiempo una guerra civil y a saber qué extraña tranquilidad. Habitualmente, cuando empieza la insurrección, cuando se oye el tambor, el toque de llamada, la generala, el tendero se limita a decir:

—Parece que hay lío por la calle de Saint-Martin.

O:

—En el barrio de Saint-Antoine.

Y, con frecuencia, añade, despreocupado:

—Por un sitio de ésos.

Luego, cuando se oye mejor el estruendo desgarrador y lúgubre de las descargas de mosquetes y del fuego de pelotón, el tendero dice:

—¿Así que se está poniendo la cosa al rojo? ¡Ya lo creo que se está poniendo al rojo!

Poco después, si los disturbios se acercan y van a más, cierra a toda prisa la tienda y se pone corriendo el uniforme, es decir, pone la mercancía a salvo y arriesga su persona.

Hay tiroteos en un cruce, en un pasadizo, en una calle sin salida; toman, pierden y vuelven a tomar las barricadas; corre la sangre, la metralla acribilla las fachadas de las casas, las balas matan a la gente en su propia alcoba, los cadáveres cubren los adoquines. A pocas calles de allí, se oyen chocar las bolas de billar en los cafés.

Los teatros abren las puertas y se representan vodeviles; los curiosos charlan y ríen a dos pasos de esas calles repletas de guerra. Los coches de punto avanzan; los viandantes salen a cenar fuera de casa. A veces, en ese mismo barrio en que otros están luchando. En 1831 se interrumpió un tiroteo para dejar pasar una boda.

Durante la insurrección del 12 de mayo de 1839, en la calle de Saint-Martin, un inválido enclenque y viejo, que iba tirando de un carretón rematado con un trapo tricolor en el que llevaba garrafas llenas de a saber qué bebida, iba de la barricada a la tropa y de la tropa a la barricada, ofreciendo imparcialmente vasos de agua de regaliz tanto al gobierno cuanto a la anarquía.

Nada puede haber más peculiar; y tales son las características propias de los disturbios de París y que no se dan en ninguna otra capital. Se precisan para ello dos cosas: la grandeza de París y su buen humor. Se precisa la ciudad de Voltaire y de Napoleón.

En esta ocasión, sin embargo, en los enfrentamientos armados del 5 de junio de 1832, la gran ciudad notó algo que a lo mejor iba a sobrepujar su fuerza. Tuvo miedo. Pudo verse por todos lados, en los barrios más lejanos y mas «desinteresados», cómo se cerraban en pleno día las puertas, las ventanas y los postigos.