Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro séptimo
La jerga
Cap IV : Las dos obligaciones: vigilar y esperar.
Dicho esto, ¿ha desaparecido todo riesgo social? Por descontado que no. No habrá jacqueries. La sociedad puede estar tranquila al respecto, no se le volverá a subir la sangre a la cabeza; pero sí debe preocuparse de la forma en que respira. Ya no hay que temer la apoplejía; pero la tisis sigue presente. Esa tisis social que se llama la miseria.
La consunción mata tanto como el rayo.
No nos cansaremos de repetirlo: hay que pensar, antes que en cualquier otra cosa, en la muchedumbre doliente de los desheredados; aliviarla, darle aire, iluminarla, quererla, abrirle con esplendidez el horizonte; prodigarle de todas las formas concebibles la instrucción; brindarle el ejemplo del trabajo y nunca el de la ociosidad; aminorar el peso de la carga individual incrementando la noción de la meta universal; limitar la pobreza sin limitar la riqueza; crear dilatados ámbitos de actividad pública y popular; tener, igual que Briareos, cien manos para tendérselas por todos lados a los agobiados y a los débiles; recurrir a la fuerza colectiva para atender a esa magna obligación de abrir talleres para todos los brazos, escuelas para todas las capacidades y laboratorios para todas las inteligencias; subir los salarios, disminuir el esfuerzo, equilibrar el debe y el haber, es decir, que el esfuerzo pueda disfrutar y la necesidad pueda saciarse; en pocas palabras, conseguir que el aparato social produzca, en provecho de los que sufren y de los ignorantes, más claridad y mayor bienestar; tal es, que no se les olvide a las almas simpáticas, la primera de las obligaciones fraternas; tal es, que lo sepan los corazones egoístas, la primera de las necesidades políticas.
Y hemos de decir que todo esto no es sino un principio. La cuestión auténtica es la siguiente: el trabajo no puede ser una ley si no es un derecho.
No insistiremos, pues no es éste el lugar adecuado.
Si la naturaleza se llama providencia, la sociedad debe llamarse previsión.
El crecimiento intelectual y ético no es menos indispensable que las mejoras materiales. Saber es un viático; pensar es algo de primera necesidad; la verdad alimenta tanto como el trigo. Una razón, ayuna de ciencia y conocimiento, adelgaza. Compadezcamos, igual que compadecemos los estómagos, las mentes que no comen. Si hay algo más desgarrador que un cuerpo que agoniza por falta de pan, es un alma que se muere de hambre de luces.
Todo el progreso tiende hacia la solución. Algún día el hombre se quedará estupefacto. El género humano estará en ascenso y las capas sociales saldrán espontáneamente de la zona del desvalimiento. La miseria quedará borrada sencillamente porque subirá el nivel.
Haríamos mal si dudásemos de esa solución bendita.
Cierto es que el pasado tiene mucha fuerza ahora mismo. Se está reanudando. Este rejuvenecimiento de un cadáver resulta sorprendente. Helo aquí en marcha, y se acerca. Parece victorioso; este muerto es un conquistador. Llega con su legión, las supersticiones; con su espada, el despotismo; con su bandera, la ignorancia; ha ganado últimamente diez batallas; avanza, amenaza, se ríe, lo tenemos en puertas. Pero no desesperemos. Vendamos el campo donde acampa Aníbal.
Nosotros, que creemos, ¿qué podemos temer?
Las ideas no dan marcha atrás, de la misma forma que no dan marcha atrás los ríos.
Pero que quienes no quieran el porvenir reflexionen. Al decirle que no al progreso no están condenando el porvenir, se están condenando a sí mismos. Contraen por propia voluntad una enfermedad lóbrega; se inoculan el pasado.