Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro séptimo

La jerga

Cap II : Raíces.

La jerga es la lengua de quienes están en las tinieblas.

Se inmutan las honduras más sombrías del pensamiento y se requieren las meditaciones más dolorosas de la filosofía social ante la presencia de este enigmático dialecto, a un tiempo mancillado y sublevado. Aquí es donde hallamos un castigo visible. Todas y cada una de las sílabas parecen marcadas. Las palabras de la lengua vulgar las vemos como si las hubiera fruncido y acartonado el hierro al rojo del verdugo. Algunas parecen estar echando humo aún. Hay frases que se parecen al hombro de un ladrón que llevase la señal de la flor de lis y quedase de pronto al desnudo. La idea casi se niega a consentir que la expresen esos sustantivos reos de la justicia. La metáfora es a veces tan descarada que se nota que ha estado en la picota.

Por lo demás, pese a todo lo dicho y por todo lo dicho, ese dialecto extraño tiene, por derecho propio, una taquilla en ese gran casillero imparcial donde hay un lugar tanto para el céntimo oxidado cuanto para la medalla de oro y cuyo nombre es la literatura. La jerga, quiérase o no, tiene su sintaxis y su poesía. Es una lengua. Si, por la deformidad de algunos de sus vocablos, se le nota que la masticó Mandrin, por el esplendor de algunas de sus metonimias nos damos cuenta de que la habló Villon.

Este verso tan exquisito y tan famoso:

¿Mas qué fue de las nieves de antaño?

es un verso en jerga. Antaño —ante annum— es una palabra de la jerga de los miembros de la corte del rey de Túnez, los tunantes, que quería decir el año pasado y, por extensión, hace mucho tiempo. Hace treinta y cinco años, cuando salió la gran cuerda de presos de 1827, podía leerse en uno de los calabozos de Bicêtre esta sentencia que había grabado con un clavo en una pared un rey de Túnez condenado a presidio: Los barandas de antaño fatigaban siempre por la almendra del gran Coesré. Que quiere decir: A los reyes de antes siempre los coronaban. Lo que pensaba el rey aquel era que la coronación era el presidio.

La palabra francesa décarade, que describe la salida al galope de un carruaje pesado, se le atribuye a Villon, y es digno de ella. Esa palabra, que echa chispas por los cuatro cascos, resume en una onomatopeya magistral el admirable verso de La Fontaine:

Un coche arrastraban seis caballos recios.

Desde el punto de vista puramente literario, pocos estudios serían más curiosos y fecundos que el de la jerga. Es una lengua dentro de la lengua, algo así como una excrecencia enfermiza, un injerto insano del que ha nacido una vegetación, un parásito que hunde las raíces en el viejo tronco galo y cuyas frondas siniestras reptan por toda una comarca de la lengua. Es eso lo que podríamos llamar el primer aspecto, el aspecto vulgar de la jerga. Pero quienes estudian la lengua como hay que estudiarla, es decir, igual que los geólogos estudian la tierra, consideran la jerga un auténtico material de aluvión. Según que se cave más o menos, se encuentra en la jerga, por debajo del antiguo francés popular, algo de provenzal, de español, de italiano, de levantino, esa lengua de los puertos del Mediterráneo, y de inglés y de alemán; lengua romance en sus tres variedades, romance francés, romance italiano y romance propiamente dicho, el latín; y por fin, vasco y celta. Formación honda y peculiar. Edificio subterráneo que todos los miserables construyeron de consuno. Todas las razas malditas dejaron en él su correspondiente capa, todos los padecimientos dejaron caer su piedra, todos los corazones aportaron su guijarro. Una muchedumbre de almas perversas, bajas o irritadas, que cruzaron por la vida y se desvanecieron en la eternidad, está ahí casi por entero y, en cierto modo, visible aún bajo la forma de una palabra monstruosa.