Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro tercero
La casa de la calle de Plumet
Cap II : Jean Valjean guardia nacional
Por lo demás, y hablando con propiedad, vivía en la calle de Plumet y tenía organizada la vida como vamos a referir:
Cosette vivía en el pabellón con la criada, tenía a su disposición el dormitorio grande de entreventanas decoradas con pinturas, el gabinete de molduras doradas y el salón del presidente con tapices y grandes sillones; tenía a su disposición el jardín. Jean Valjean había encargado para el dormitorio de Cosette una cama con dosel de damasco antiguo de tres tonos y una preciosa alfombra persa antigua comprada en la calle de Le Figuier-Saint-Paul, en el comercio de la señora Gaucher; y, para enmendar la seriedad de aquellas cosas viejas y espléndidas, mezcló con ese almacén de antiguallas todos los muebles menudos, alegres y encantadores de las muchachas; la estantería, la librería y los libros dorados, la caja de papel de cartas, el vade con su secante, el costurero con incrustaciones de nácar, el neceser de plata sobredorada, el tocador con palangana de porcelana del Japón. Unas cortinas largas de damasco de fondo rojo y de tres tonos, iguales a las cortinas de la cama, colgaban en las ventanas del primer piso. En la planta baja había cortinas de tapicería. En la casita de Cosette se encendía fuego en invierno en todas las habitaciones. Jean Valjean vivía en aquella especie de garita de portero que estaba en el fondo del patio, con un colchón en una cama de tijera, una mesa de madera de pino, dos sillas de asiento de paja, un jarro de porcelana, unos cuantos libros en un estante y su querida maleta en un rincón; nunca había fuego. Cenaba con Cosette y en la mesa, para él, había pan negro. Cuando entró Toussaint a servir, le dijo: «La dueña de la casa es la señorita».
—¿Y usted, se-señor? —preguntó Toussaint estupefacta.
—Yo soy algo mucho mejor que el dueño; soy el padre.
A Cosette le habían enseñado a llevar la casa en el convento y se ocupaba de la economía doméstica, que era muy modesta. Todos los días, Jean Valjean cogía del brazo a Cosette y la llevaba a dar una vuelta. Iba con ella a Le Luxembourg, al paseo menos frecuentado; y, todos los domingos, a misa, siempre a Saint-Jacques-du-Haut-Pas, porque pillaba muy lejos. Como es un barrio muy pobre, daba muchas limosnas y los desdichados lo rodeaban en la iglesia, motivo por el que había recibido la carta de los Thénardier: Al señor benefactor de la iglesia de Saint-Jacques-du-Haut-Pas. Le gustaba llevar a Cosette a visitar a los indigentes y los enfermos. Ningún extraño entraba nunca en la casa de la calle de Plumet. Toussaint hacía la compra y Jean Valjean iba personalmente a buscar agua a una fuente que había muy cerca, en el bulevar. La leña y el vino los guardaban en algo así como un entrante medio subterráneo, tapizado de rocalla, que estaba cerca de la puerta de la calle de Babylone y había sido una gruta antaño para el señor presidente; porque en la época de las quintas de recreo y las casas de campo discretas no podía concebirse un amor sin gruta.