Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro primero

Unas cuantas páginas de historia

Cap VI : Enjolras y sus lugartenientes.

Fue más o menos por entonces cuando Enjolras, previendo lo que podía llegar, llevó a cabo algo así como un censo.

Todos estaban reunidos en conciliábulo en el café Musain.

Enjolras dijo, entremezclando con las palabras unas cuantas metáforas enigmáticas a medias, pero significativas:

—Es conveniente que sepamos en qué punto estamos y con qué podemos contar. Si queremos combatientes, tenemos que fabricarlos. Y tener con qué golpear. No puede venirnos mal. Los que pasan tienen siempre más probabilidades de que los corneen cuando hay bueyes en el camino que cuando no los hay. Así que vamos a hacer un recuento del rebaño. ¿Cuántos somos? Nada de dejarlo para mañana. Los revolucionarios tienen que llevar prisa siempre; el progreso no tiene tiempo que perder. Desconfiemos de lo inesperado. No permitamos que nos pillen de improviso. Lo que tenemos que hacer es repasar todas las costuras que hayamos ido haciendo y ver si son resistentes. Este asunto hay que dejarlo bien rematado hoy. Courfeyrac, irás a ver a los de la Escuela Politécnica. Hoy, miércoles, es su día de salida. Feuilly irá a ver a los de La Glacière, ¿de acuerdo? Combeferre me ha prometido que iría a Picpus. Hay por allí mucho bullicio, y excelente. Bahorel hará una visita a L’Estrapade. Prouvaire, los masones están algo flojos; tráenos noticias de la logia de la calle de Grenelle-Saint-Honoré. Joly irá a la clínica de Dupuytren a tomarles el pulso a los de la facultad de Medicina. Bossuet se dará una vueltecita por el Palacio de Justicia para charlar con los que están en prácticas. Yo me encargo de La Cougourde.

—Ya está todo —dijo Courfeyrac.

—No.

—Pues, ¿qué queda?

—Algo muy importante.

—¿Qué? —preguntó Combeferre.

—El portillo de Le Maine —contestó Enjolras.

Enjolras se quedó un momento algo así como absorto en sus reflexiones y, luego, añadió:

—En el portillo de Le Maine hay marmolistas y pintores, los que trabajan en los talleres de escultura. Es una familia entusiasta, pero dada a la tibieza. No sé qué les pasa desde hace una temporada. Están pensando en otras cosas. Se apagan. Se pasan el tiempo jugando al dominó. Sería urgente ir a darles una charla, y en un tono bien firme. Se reúnen en Richefeu y se los encuentra allí entre las doce y la una. Hay que soplar para avivar esas cenizas. Contaba para ello con el despistado ese de Marius, que, en realidad, es muy capaz; pero ha dejado de venir. Necesitaría a alguien para el portillo de Le Maine. Ya no me queda nadie.

—¿Y yo? —dijo Grantaire—. Estoy aquí.

—¿Tú?

—Yo.

—¡Tú adoctrinando a unos republicanos! ¡Tú enardeciendo en nombre de los principios a unos corazones tibios!

—¿Por qué no?