Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro primero
Unas cuantas páginas de historia
Cap II : Mal cosido.
Pero está la tarea de los sabios y está la tarea de los habilidosos.
La revolución de 1830 se detuvo enseguida.
En cuanto una revolución queda varada, los habilidosos desguazan el barco zozobrado.
Los habilidosos, en nuestro siglo, se han otorgado a sí mismos la calificación de hombres de Estado, de forma tal que esta expresión, hombre de Estado, ha acabado por convertirse hasta cierto punto en una expresión de jerga. No debemos, efectivamente, olvidar que donde sólo hay habilidad no puede por menos de haber bajeza. Decir habilidosos equivale a decir mediocres.
De la misma forma, decir hombres de Estado equivale a veces a decir traidores.
Decíamos, pues, que, si nos fiamos de la opinión de los habilidosos, las revoluciones como la revolución de julio son arterias cortadas; es necesario ligarlas lo antes posible. El derecho, proclamado con exceso, hace mella. En consecuencia, cuando ya está firme el derecho, hay que reforzar el Estado. Cuando ya está asegurada la libertad, hay que pensar en el poder.
Llegados aquí, los sabios aún no se apartan de los habilidosos, pero empiezan a desconfiar de ellos. El poder, bien está. Pero, antes que nada, ¿qué es el poder? Y, en segundo lugar, ¿de dónde procede?
Los habilidosos parecen no entender esa objeción, que les susurran, y siguen adelante con la maniobra.
Según esos políticos, ingeniosos a la hora de colocarles a las ficciones de las que pueden aprovecharse una máscara de necesidad, lo primero que precisa un pueblo, después de una revolución, cuando ese pueblo pertenece a un continente monárquico, es hacerse con una dinastía. De esta forma, dicen, puede haber paz después de la ya mencionada revolución, es decir, tiempo para curarse las heridas y reparar la casa. La dinastía oculta el andamiaje y tapa la ambulancia.
Ahora bien, no siempre es fácil hacerse con una dinastía.
Si no queda más remedio, al primer hombre de talento, o incluso el primer hombre de buena fortuna que pase por allí, basta para que lo conviertan en rey. En el primer caso, ahí tenemos a Bonaparte; y, en el segundo, a Iturbide.
Pero no vale cualquier familia para convertirse en dinastía. En una estirpe no puede por menos de haber determinada porción de Antigüedad, y la arruga de los siglos no se improvisa.
Si miramos las cosas desde el punto de vista de los «hombres de Estado», con todas las reservas por supuesto, tras una revolución, ¿qué prendas debe tener el rey que salga de ella? Puede ser un revolucionario, es decir, que haya contribuido personalmente a esa revolución, que haya participado, que se haya comprometido en ella o haya adquirido fama, que haya tenido en la mano el hacha o que haya manejado la espada, y resultará de utilidad que lo sea.
¿Cuáles son las prendas de una dinastía? Debe ser nacional, es decir, revolucionaria a distancia, no porque haya hecho cosas sino porque haya aceptado ideas. Debe tener pasado y ser histórica y tener porvenir y ser simpática.