Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Tercera Parte: Marius
Libro octavo
El mal pobre
Cap XVI : En que oímos una canción con melodía inglesa que estaba de moda en 1832.
Marius se sentó en la cama. Podían ser las cinco y media. Sólo lo separaba media hora de lo que fuera a suceder. Oía cómo le latían las arterias de la misma forma que oímos el latido de un reloj en la oscuridad. Pensaba en esa doble caminata que transcurría en esos momentos por entre las tinieblas: el crimen se acercaba por un lado, y la justicia estaba llegando por otro. No tenía miedo, pero no podía pensar sin sobresaltarse un tanto en las cosas que iban a suceder. Como les sucede a todos aquellos a quienes los acomete de pronto una aventura sorprendente, todo aquel día le parecía un sueño, y, para no creer que era presa de una pesadilla, necesitaba notar en los bolsillos del chaleco el frío de las dos pistolas de acero.
Había dejado de nevar; la luna, cada vez más clara, iba saliendo de la bruma y su resplandor, junto con la blancura de la nevada, daba a la habitación un aspecto crepuscular.
Había luz en el cuchitril de los Jondrette. Marius veía brillar el agujero del tabique con un fulgor rojo que le parecía sangriento.
Era evidente que esa claridad no podía venir de una vela. Por lo demás, no había movimiento alguno en casa de los Jondrette; nadie rebullía; nadie hablaba; ni un soplo; reinaba un silencio gélido y hondo, y, de no ser por aquella luz, hubiera uno podido creerse junto a un sepulcro.
Marius se quitó despacio las botas y las metió debajo de la cama.
Pasaron unos pocos minutos. Marius oyó cómo la puerta de abajo giraba sobre sus goznes; un paso pesado y veloz subió las escaleras y recorrió el pasillo; se alzó ruidosamente el pestillo de la puerta del tugurio; era Jondrette que volvía a casa.
Se alzaron enseguida unas cuantas voces. En la buhardilla estaba toda la familia. Pero callaba, en ausencia del amo y señor, igual que los lobeznos cuando no está el lobo.
—Soy yo —dijo.
—Buenas noches, padrucho —chillaron las muchachas.
—¿Todo bien? —dijo la madre.
—Todo de primera —contestó Jondrette—, pero traigo los pies más fríos que un muerto. Bueno, muy bien, ya veo que te has vestido. Tienes que inspirar confianza.
—Estoy arreglada para salir.
—¿No se te olvidará nada de lo que te he dicho? ¿Lo harás todo bien?
—Quédate tranquilo…
—Es que… —dijo Jondrette. Y no acabó la frase.
Marius oyó que dejaba algo pesado encima de la mesa, seguramente el cortafríos que había comprado.
—¡Caramba! —dijo Jondrette—. Alguien ha estado comiendo aquí.
—Sí —dijo la madre—, me llegó para tres patatas grandes y sal. Aproveché que había lumbre para cocerlas.
—Bueno —dijo Jondrette—. Mañana os llevo a cenar conmigo. Habrá pato y más cosas. Cenaréis como si fuerais Carlos X. ¡Todo va bien!