Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Tercera Parte: Marius
Libro octavo
El mal pobre
Cap VII : Estrategia y táctica.
Marius, con el corazón oprimido, iba a bajarse de aquella especie de observatorio que había improvisado cuando le llamó la atención un ruido que lo incitó a quedarse donde estaba.
La puerta de la buhardilla acababa de abrirse de golpe.
La hija mayor apareció en el umbral.
Calzaba unos zapatones masculinos sucios del barro que le había salpicado hasta los tobillos encarnados, y se tapaba con una capa vieja y andrajosa que Marius no le había visto una hora antes pero que, seguramente, había dejado en la puerta para inspirar más compasión y era probable que se hubiese vuelto a poner al salir. Entró, cerró la puerta, se detuvo para recuperar el aliento, pues estaba sin resuello, y gritó luego con expresión triunfal y regocijada:
—¡Aquí viene!
El padre volvió la mirada, la mujer volvió la cabeza, la hermana pequeña no se movió.
—¿Quién? —preguntó el padre.
—¡El señor ese!
—¿El filántropo?
—Sí.
—¿El de la iglesia de Saint-Jacques?
—Sí.
—¿El viejo?
—Sí.
—¿Y va venir?
—¡Viene detrás de mí!
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
—¿De verdad que viene?
—Viene en un coche de alquiler.
—En un coche de alquiler. ¡Es Rothschild!
El padre se puso de pie.
—¿Y cómo es que estás segura? Y, si viene en coche, ¿cómo es que has llegado tú antes? Le habrás dado bien la dirección, ¿no? ¿Le has dejado claro que es la última puerta del pasillo a mano derecha? ¡Con tal de que no se equivoque! ¿Así que lo encontraste en la iglesia? ¿Leyó la carta? ¿Qué te dijo?
—Eh, para el carro, compadre —dijo la hija—; ¡qué prisas! Entré en la iglesia, estaba en el sitio de siempre, le hice una reverencia y le di la carta; la leyó y me dijo: «¿Dónde vive, hijita?». Le dije: «Yo lo llevo, caballero». Y me dijo: «No; deme su dirección, mi hija tiene que hacer unas compras; tomaré un coche y llegaré a su casa al mismo tiempo que usted». Le dije la dirección. Cuando le dije qué casa era, pareció sorprenderse y pensárselo un momento; luego dijo: «No importa; iré». Cuando acabó la misa, lo vi salir de la iglesia con su hija y subirse los dos a un coche de alquiler. Y le dejé muy claro que era la última puerta al fondo del pasillo, a mano derecha.
—¿Y quién te asegura que venga?
—Acabo de ver el coche que llegaba por la calle de Le Petit-Banquier. Y por eso he venido corriendo.
—¿Cómo sabes que es el mismo coche?
—¡Anda, porque me fijé en el número!
—¿Y qué número es?
—El 440.
—Está bien. Eres una chica lista.