Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Tercera Parte: Marius
Libro séptimo
El culo del gato
Cap IV : Composición de la banda.
Estos bandidos formaban, entre los cuatro, algo así como un Proteo que serpenteaba por entre la policía y se esforzaba en eludir las miradas indiscretas de Vidocq «recurriendo a aspectos diversos, árbol, o llama, o fuente», se prestaban entre sí los nombres y las malas artes, se escurrían al amparo de sus propias sombras, eran cajas de fondos secretos y asilos mutuos, desbaratando sus personalidades como quien se quita una nariz postiza en un baile de máscaras, simplificándose a veces hasta no ser sino uno y multiplicándose a veces hasta tal punto que el propio Coco-Lacour los tomaba por un muchedumbre.
Esos cuatro hombres no eran cuatro hombres; eran algo así como un ladrón misterioso con cuatro cabezas que trabajaba a gran escala en París; era el pólipo monstruoso del mal que vivía en la cripta de la sociedad.
Merced a sus ramificaciones y a la red subyacente de sus relaciones, Babet, Gueulemer, Claquesous y Montparnasse tenían en las manos toda la industria de las emboscadas del departamento de Seine. Les daban a los transeúntes golpes de estado desde abajo. Los hacedores de ideas, los hombres de imaginación nocturna, les encargaban a ellos la ejecución. Les proporcionaban a esos cuatro granujas el guión y ellos se encargaban de ponerlo en escena. Trabajaban con libreto. Siempre estaban en situación de aportar un personal ajustado y oportuno para todos los atentados que necesitaban que les echasen una mano y que resultasen suficientemente lucrativos. Si un crimen andaba falto de brazos, ellos subarrendaban unos cuantos cómplices. Tenían una compañía de actores de las tinieblas a disposición de todas las tragedias de las cavernas.
Solían reunirse al caer la noche, que era la hora a la que se despertaban, en las estepas colindantes con La Salpêtrière. Allí conferenciaban. Tenían por delante las doce horas negras; organizaban los usos que les iban a dar.
El culo del gato era el nombre con que conocían en el tráfago subterráneo a la asociación de esos cuatro hombres. En la lengua popular y fantasiosa de antaño, que se va perdiendo cada día un poco más, verle el culo al gato quiere decir que ya es por la mañana, de la misma forma que no distinguir el lobo del perro quiere decir que anochece. Ese nombre, el culo del gato, se debía seguramente a la hora a la que acababan de trabajar, pues el alba es el momento en que los gatos se dan media vuelta, se desvanecen los fantasmas y se separan los bandidos. A esos cuatro hombres se los conocía con ese rubro. Cuando el presidente del tribunal de lo criminal fue a ver a Lacenaire a la cárcel, le preguntó por una fechoría que Lacenaire negaba. «¿Quién lo hizo?», preguntó el presidente. Lacenaire le dio la siguiente respuesta, enigmática para el magistrado, pero que le quedó muy clara a la policía: «A lo mejor ha sido el culo del gato».
A veces se intuye una obra de teatro al enterarse del nombre de los personajes; de la misma forma es posible calibrar a una banda por la lista de bandidos. He aquí, pues son nombres que siguen a flote en determinadas memorias, a qué apelaciones respondían los principales afiliados de El culo del gato.