Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Tercera Parte: Marius
Libro cuarto
Los amigos del A B C
Cap IV : La sala de atrás del café Musain.
Una de las conversaciones de aquellos jóvenes, a las que asistía Marius y en las que intervenía de vez en cuando, fue una conmoción para su pensamiento.
Sucedió en la sala trasera del café Musain. Casi todos los Amigos del A B C estaban allí reunidos aquella noche. El quinqué estaba solemnemente encendido. Hablaban de todo un poco, sin pasión pero con estrépito. Con la excepción de Enjolras y Marius, que estaban callados, todos echaban arengas un tanto al azar. En las charlas entre compañeros se dan a veces tumultos apacibles como aquél. Era un juego y un barullo más que una conversación. Se lanzaban palabras y las cogían al vuelo. Había pláticas en las cuatro esquinas de la estancia.
No se admitía a más mujer en aquella sala trasera que a Louison, la lavaplatos del café, que cruzaba por allí de vez en cuando para ir del fregadero al «laboratorio».
Grantaire, completamente borracho, atronaba el rincón del que se había adueñado; razonaba con tino y desatinaba a voz en cuello; gritaba:
—Estoy sediento. Mortales, tengo un sueño: que al tonel de Heidelberg le dé un ataque de apoplejía y ser yo una de las doce sanguijuelas que le pongan. Me gustaría beber. Quiero olvidar la vida. La vida es un invento repugnante que no sé a quién se le ocurrió. No dura nada y no vale nada. Te rompes el cuello viviendo. La vida es un decorado con pocos practicables. La felicidad es un bastidor viejo pintado por una sola cara. El Eclesiastés dice que todo es vanidad; opino igual que ese buen hombre que a lo mejor nunca existió. Y ese nadie, como no quería ir desnudo, se vistió de vanidad. ¡Ay, vanidad! ¡Vuelta a vestirlo todo con palabras grandilocuentes! Una cocina es un laboratorio, un bailarín es un profesor, un saltimbanqui es un gimnasta, un boxeador es un pugilista, un boticario es un químico, un peluquero es un artista, el que mezcla el mortero es un arquitecto, un jockey es un sportsman, una cochinilla es un pterigibranquio. La vanidad tiene una cara y una cruz; la cara es simplona, es un negro y sus abalorios; la cruz es necia, es un filósofo con sus harapos. Aquél me hace llorar y éste me da risa. Eso que llaman honores y dignidades, e incluso el honor y la dignidad, suele ser de crisocola. Los reyes juegan con el orgullo humano como con una baratija. Calígula nombró cónsul a un caballo; Carlos II nombró caballero a un lomo de vaca. A ver quién presume ahora entre el cónsul Incitatus y el baronet Roastbeef. En cuanto al valor intrínseco de las personas, ya ha dejado de ser respetable. Atended al panegírico que le hace el vecino al vecino. Nada más feroz que lo blanco con lo blanco; ¡si la azucena hablase, cómo pondría a la paloma! Una beata criticando a una devota es más venenosa que el áspid y que el búngaro de la India. Es una lástima que sea yo tan ignorante, porque os citaría montones de cosas; pero nada sé. Eso sí, siempre he sido ingenioso. Cuando era alumno de Gros, en vez de hacer pintarrajos me pasaba la vida robando manzanas; corto de pincel y largo de manos. Eso en lo que a mí se refiere; y vosotros sois tal para cual.