Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Tercera Parte: Marius
Libro primero
París studiado en su átomo
Cap XIII : Un niño: Gavroche.
Ocho o nueve años después de los acontecimientos referidos en la segunda parte de esta historia, llamaba la atención en el bulevar de Le Temple y las inmediaciones del Château-d’Eau un niño de entre once y doce años que habría cumplido bastante bien con ese ideal del golfillo que esbozamos más arriba si no fuera porque, aunque tenía en los labios la risa propia de su edad, tenía en el corazón únicamente oscuridad y vacío. Aquel niño llevaba, sí, un pantalón de hombre, pero no era de su padre; y una camisola de mujer, pero no era de su madre. Personas desconocidas lo habían vestido con trapos viejos por caridad. Tenía, no obstante, padre y madre. Pero su padre no le hacía caso y su madre no lo quería. Era uno de esos niños dignos de compasión donde los haya porque tienen padres pero son huérfanos.
Aquel niño no se sentía nunca en ninguna parte más a gusto que en la calle. Le resultaban menos duros los adoquines que el corazón de su madre.
Sus padres lo habían echado a la vida de una patada.
Y él, sencillamente, había alzado el vuelo.
Era un muchacho alborotador, pálido, desenvuelto, despierto, guasón, de aspecto vivaracho y enfermizo. Iba, venía, cantaba, jugaba al gua con monedas, limpiaba el arroyo, robaba algo, pero, como los gatos y los pardales, alegremente; se reía cuando lo llamaban galopín, se enfadaba cuando lo llamaban golfante. No tenía hogar, ni pan, ni fuego, ni cariño; pero estaba alegre porque era libre.
Cuando esas pobres criaturas son hombres, la muela del orden social los alcanza casi siempre y los destroza; pero mientras sean niños, consiguen escapar porque son menudos. Cualquier hoyo los salva.
No obstante, por muy abandonado que estuviera aquel niño, a veces, cada dos o tres meses, decía: «¡Anda, voy a ir a ver a mamá!». Y entonces dejaba el bulevar, el Circo, la puerta Saint-Martin, bajaba por los muelles, pasaba los puentes, llegaba a los arrabales y hasta La Salpêtrière y ¿adónde llegaba? Pues precisamente a ese número doble, 50-52, que el lector conoce con el nombre de caserón Gorbeau.