Fausto – Johann Wolfgang Von Goethe
Día nebuloso
Campo
Fausto y Mefistófeles.
Fausto
¡En la miseria! ¡Desesperada! ¡Presa ahora, después de haber vagado tanto tiempo lastimosamente sobre la tierra! ¡Encarcelada como criminal para sufrir horribles tormentos, esa afable, infeliz criatura! ¡Hasta allí! ¡Hasta allí!… ¡Y eso, vil, traidor Espíritu, me has ocultado tú! ¡Sí, mírame revolviendo colérico en tu cabeza tus diabólicos ojos! ¡Mírame y béfame con tu insoportable presencia! Ella, ¡presa!, ¡en miseria irreparable! ¡En poder de malos espíritus y de la insensible justicia humana!
Y mientras tanto, ¡tú me meces en insulsos pasatiempos, me ocultas su creciente desgracia y la dejas perecer sin ayuda alguna!
Mefistófeles
No es ella la primera.
Fausto
¡Perro! ¡Monstruo abominable!… Torna, oh Espíritu infinito, torna este gusano a su figura de perro con la cual tantas noches se plugo en ir trotando delante de mí, en pegarse a los talones del inerme viajador y en colgarse de los hombros del que caía. Tórnalo otra vez a su figura favorita para que yo lo vea arrastrarse por el polvo, de barriga y para que yo lo pisotee, al precito…
¡No es la primera! ¡Calamidad! ¡Calamidad por ninguna alma humana comprendida!
Que más de una criatura se haya hundido en el abismo de esta miseria y que la primera, en sus congojosas angustias mortales, no haya satisfecho por la culpa de las demás, ante los ojos de aquel que siempre perdona. ¡Hasta la médula de los huesos me penetra la miseria de esta sola y tú tranquilamente haces visajes sobre el destino de miles!
Mefistófeles
Ya estamos otra vez saliendo de los límites de nuestro ingenio; allí donde vosotros hombres perdéis el sentido. ¿Por qué haces comunidad con nosotros, si no puedes compartirla? ¿Quieres volar y no estás libre de vértigo? ¿Te importunamos nosotros a ti o tú a nosotros?
Fausto
¡No me hagas rechinar así tus voraces dientes! ¡Me das náuseas!… Grande, magnífico Espíritu que dignaste aparecérteme; tú que conoces mi alma y mi corazón, ¿por qué aherrojarme a este infame compañero que se alimenta del mal y que se complace en la perdición?
Mefistófeles
¿Acabaste?
Fausto
¡Sálvala! O de no ¡ay de ti! ¡Por siglos de siglos, la más tremenda maldición sobre ti!
Mefistófeles
No puedo los lazos del vengador desatar, ni los cerrojos abrir…
¡Sálvala!… ¿Quién fue el que la precipitó a su perdición? ¿Yo o tú? (Fausto mira furioso a su rededor.)
¿Vas a agarrar el rayo? Es una felicidad que no haya sido dado a vosotros, míseros mortales. Hacer pedazos al inocente que se opone es procurarse, a guisa de tiranos, desahogo en casos de conflicto.
Fausto
¡Llévame allá! ¡He de libertarla!
Mefistófeles
¿Y el peligro a que tú te expones? Sangre derramada por tu mano aún hay en la ciudad y por sobre el sitio del muerto, se ciernen espíritus vengadores que están aguaitando la vuelta del matador.
Fausto
¿Esto más, de ti? ¡Ruina y muerte de un mundo entero sobre ti, monstruo! ¡Llévame allá, te digo, y libértala!
Mefistófeles
Te llevaré y escucha lo que puedo hacer. ¿Soy acaso omnipotente en cielos y tierra? Yo cubriré de una niebla los sentidos del carcelero, tú te apoderarás de las llaves y la sacarás con mano de hombre. ¡Yo haré la guardia! Los caballos encantados estarán prontos, y yo os llevaré. He ahí todo lo que puedo.
Fausto
¡Arriba! ¡Vamos!