Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Segunda Parte: Cosette
Libro sexto
Le Petit-Picpus
Cap VIII : Post corda lapides.
Tras haber esbozado el aspecto espiritual, no estará de más decir unas cuantas palabras de la disposición material. Algo de ella sabe ya el lector.
El convento de Le Petit-Picpus-Saint-Antoine ocupaba casi por completo el ancho trapecio que formaban, al cruzarse, la calle de Polonceau, la calle de Droit-Mur, la calleja de Picpus y la callecita condenada que, en los planos antiguos, se llama calle de Aumarais. Esas cuatro calles rodeaban el aludido trapecio como si fueran un foso. El convento lo componían varios edificios y un jardín. El edifico principal, tomado en conjunto, era una yuxtaposición de construcciones híbridas que, a vista de pájaro, reproducían con bastante exactitud la forma de una horca tumbada en el suelo. El brazo largo de la horca ocupaba todo el tramo de la calle de Droit-Mur incluido entre la calleja de Picpus y la calle de Polonceau; el brazo corto era una fachada con una verja, alta, gris y adusta, que daba a la calleja de Picpus; acababa en la puerta cochera que llevaba el número 62. En la parte central de esa fachada, el polvo y las cenizas pintaban de blanco una puerta vieja, baja y de arco donde las arañas tejían sus telas y que no se abría sino una hora o dos los domingos y en las pocas ocasiones en que salía del convento el ataúd de una monja. Era la entrada de la iglesia para el público. El codo de la horca era una sala cuadrada que hacía las veces de repostería y que las monjas llamaban la despensa. En el brazo largo estaban las celdas de las madres y de las hermanas y el noviciado. En el brazo corto, las cocinas, el refectorio con el claustro en paralelo y la iglesia. Entre la puerta que llevaba el número 62 y la esquina de la callecita condenada, la calle de Aumarais, estaba el internado, que no se veía desde fuera. En el resto del trapecio estaba el jardín, a un nivel mucho más bajo que la calle de Polonceau, con lo que las tapias eran mucho más altas por la parte interior que por fuera. El jardín, levemente abombado, tenía en el centro, en lo alto de un cerrillo, un hermoso abeto puntiagudo y cónico, del que salían, como del redondel en relieve del centro de un escudo, cuatro paseos anchos y, dispuestos de dos en dos en los cruces de los paseos principales, otros ocho pequeños, de forma tal que, si el recinto hubiera sido circular, el plano geométrico de los paseos habría tenido parecido con una cruz colocada encima de una rueda. Los paseos, que acababan todos en las tapias, muy irregulares, del jardín, eran de longitud desigual. Los bordeaban unos groselleros. Al fondo, un paseo de elevados álamos iba de las ruinas del convento antiguo, que estaba en la esquina de la calle de Droit-Mur, hasta el convento pequeño, que estaba en la esquina de la calle de Aumarais. Delante del convento pequeño estaba lo que llamaban el jardín pequeño. Sumemos a este conjunto un patio, rincones varios de los cuerpos interiores de los edificios, unas paredes carcelarias y ninguna vista ni ningún vecindario que no fuera la larga línea negra de los tejados que había en la otra acera de la calle de Polonceau y podremos hacernos una idea completa de cómo era, hace cuarenta y cinco años, el convento de las bernardas de Le Petit-Picpus. Esta santa casa la habían edificado precisamente en el lugar en que estuvo un juego de pelota muy conocido entre los siglos XIV y XVI, llamado el garito de los once mil diablos.