Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Segunda Parte: Cosette
Libro quinto
A escopetas negras, rehala muda
Cap X : De cómo Javert no dio con la presa y se quedó con tres palmos de narices.
Los acontecimientos cuyo envés, por así decirlo, hemos presenciado habían sucedido en condiciones sencillísimas.
Cuando Jean Valjean, la misma noche del día en que lo detuvo Javert junto al lecho de muerte de Fantine, se escapó de la cárcel municipal de Montreuil-sur-Mer, la policía dio por hecho que el presidiario evadido había ido a París. París es un maelstrom donde todo se pierde, y todo desaparece en ese ombligo del mundo igual que en el ombligo del mar. No hay bosque que oculte a un hombre como ese gentío. Lo saben los fugitivos de cualquier categoría. Van a París como si fueran a que se los tragase la tierra; y que la tierra te trague puede ser una forma de salvación. También la policía lo sabe, y lo que pierde en otros lugares lo busca en París. Buscó allí al ex alcalde de Montreuil-sur-Mer. Llamaron a Javert a París para que colaborase en las pesquisas. Javert, efectivamente, fue de gran ayuda en la captura de Jean Valjean. El celo y la inteligencia de Javert en ocasión tal no le pasaron inadvertidos al señor Chabouillet, secretario de la prefectura de policía a cuyo frente estaba el conde Anglès. El señor Chabouillet, que, por lo demás, había ejercido ya anteriormente de protector de Javert, destinó al inspector de Montreuil-sur-Mer al cuerpo de policía de París. En él Javert resultó, digámoslo así, aunque la palabra parezca inesperada referida a servicios tales, de honorable utilidad.
No pensaba ya en Jean Valjean —a esos perros que andan siempre detrás de la presa el lobo de hoy les hace olvidar al lobo de ayer— cuando, en diciembre de 1823, leyó un periódico, él que nunca leía periódicos; pero Javert, hombre monárquico, había tenido interés en enterarse de los detalles de la entrada triunfal del «príncipe generalísimo» en Bayona. Según estaba acabando de leer el artículo que lo interesaba, un nombre, el nombre de Jean Valjean, le llamó la atención en la parte de abajo de una página. El periódico anunciaba que el presidiario Jean Valjean había muerto y publicaba el hecho de forma tan categórica que Javert no lo puso en duda. Se limitó a decir: mucho mejor que un asiento en el registro del penal. Luego tiró el periódico y no volvió a pensar en ello.
Poco tiempo después aconteció que la prefectura de Seine-et-Oise envió una nota de la policía a la prefectura de policía de París relacionada con el rapto de una niña que había sucedido, a lo que decían, en circunstancias peculiares, en el municipio de Montfermeil. Un desconocido, decía la nota, había robado una niña de siete u ocho años, cuya madre la había dejado bajo la tutela de un posadero de la zona; la niña respondía al nombre de Cosette y era hija de una prostituta llamada Fantine, que había muerto en un hospital no se sabía ni cuándo ni dónde. Aquella nota la leyó Javert y se quedó pensativo.
Le era muy conocido el nombre de Fantine. Recordaba que Jean Valjean le había hecho soltar la carcajada, a él, a Javert, al pedirle un aplazamiento de tres días para ir a buscar a la niña de aquella ramera. Recordó que a Jean Valjean lo habían detenido en París cuando estaba subiendo al coche de Montfermeil. Algunas indicaciones habían incluso destacado, por entonces, que era la segunda vez que subía a aquel coche y que la misma víspera de ese día había realizado una primera incursión por las inmediaciones de ese pueblo, porque no lo habían visto en el pueblo propiamente dicho. ¿Qué tenía que hacer en aquella comarca de Montfermeil? Nadie había sido capaz de intuirlo…