VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
CAPÍTULO CLXXXVII. Cómo yendo Cortés por la mar la derrota de Méjico tuvo tormenta, y dos veces tornó arriba al puerto de Trujillo, y lo que allí le avino.
Pues como dicho tengo en el capítulo pasado que Cortés se embarcó en Trujillo para ir a Méjico, pareció ser tuvo tormentas en la mar, unas veces con viento contrario, e otra vez se le quebró el mástil del trinquete y mandó arribar a Trujillo; y como estaba flaco y mal dispuesto y quebrantado de la mar, y muy temeroso de ir a la Nueva España, por temor no le prendiese el factor, parecióle que no era bien ir en aquella sazón a Méjico; y desembarcado en Trujillo, mandó a fray Juan, que se había embarcado con Cortés, que dijese misas al Espíritu Santo e hiciese procesión y rogativas a nuestro Señor Dios y a santa María nuestra Señora la Virgen, que le encaminase lo que más fuese para su santo servicio; y pareció ser el Espíritu Santo le alumbró de no ir por entonces aquel viaje, sino que conquistase y poblase aquellas tierras; y luego sin más dilación envió por la posta a mata-caballo tres mensajeros tras nosotros, que íbamos camino de Méjico, e nos envió sus cartas rogándonos que no pasásemos más adelante, y que conquistásemos y poblásemos la tierra, porque el santo Angel de su guarda se lo ha alumbrado y puesto en el pensamiento, y que él ansí lo piensa hacer.
Y cuando vimos la carta y que tan de hecho lo mandaba, no lo pudimos sufrir y le echábamos mil maldiciones, y que no hubiese ventura en todo cuanto pusiese mano, pues ansí nos había echado a perder; y demás desto, dijimos todos a una al capitán Sandoval que si quería poblar, que se quedase con los que quisiese, que harto conquistados y perdidos nos traía, y que jurábamos que no le habíamos de aguardar más, sino irnos a las tierras de Méjico, que ganamos; y ansimismo el Sandoval era de nuestro parecer; y lo que con nosotros pudo acabar fue, que le escribiésemos por la posta con los mismos sus mensajeros que nos trujeron las cartas, dándole a entender nuestra voluntad; y en pocos días recibió nuestras cartas con firmas de todos; y las respuestas que a ellas nos dio, fue ofrecerse en gran manera a los que quisiésemos quedar a poblar aquella tierra, y en cabo de aquella carta traía una cortapisa que decía que si no le querían obedecer como lo mandaba, que en Castilla y en todas partes había soldados.