Fausto – Johann Wolfgang Von Goethe
Jardín
Margarita, del brazo con Fausto, y Marta, con Mefistófeles, paseándose de un lado a otro.
Margarita
Lo sé muy bien; usted a mí desciende,
por verme avergonzada.
Un viajero, por bondad, entiende
hacer tal bufonada:
yo sé que tan experto personaje
no se avenga ni instruya
con mi pobre lenguaje.
Fausto
Una mirada, una palabra tuya
contiene en sí, más que la ciencia entera
de esta tierra grosera. (Besando su mano?)
Margarita
¡No se incomode usted! ¿A qué besarla?
Es bien poco gentil para admirarla.
Todo con ella, todo se trabaja,
¡y es mi madre, del orden, tan amiga! (Pasan?)
Marta
¿Y así, señor, usted siempre viaja?
Mefistófeles
¡Ay! A eso nos obliga,
de un deber o negocio, la exigencia.
Mas, cuán triste se deja ciertos sitios
en que fuera regalo
poder uno alargar su permanencia.
Marta
Por el mundo correr, mientras nos dura
la fuerza juvenil, es placentero;
pero verse uno, llegando el tiempo malo,
ir a la sepultura
así, solo y soltero,
nadie podrá con eso acomodarse.
Mefistófeles
¡De lejos, con horror, lo considero!
Marta
¡Entonces, pues, con tiempo prepararse!
(Pasan.)
Margarita
¡Y olvidada, sí, luego que se ausente!
Es costumbre, en usted la cortesía;
más que yo inteligente
es cualquiera de vuestra compañía.
Fausto
¡Oh mujer excelente!
Sabe, lo que tal llaman, con aplomo,
suele ser vanidad, torpeza.
Margarita
¿Cómo?
Fausto
¡Ay!, que la sencillez y la inocencia
nunca a sí mismas, nunca se conozcan.
Ni nunca su excelencia
tampoco reconozcan.
Que la modestia, la humildad, los dones
más sublimes que amante
naturaleza en todo repartiera…
Margarita
¡Oh!, piense usted en mí solo un instante,
que yo, tiempo y manera,
de pensar en usted, tendré bastante.
Fausto
¿Y usted sola lo pasa?
Margarita
Aunque pequeña, hay que atender la casa.
No tenemos sirviente
y cocinar, coser, es necesario,
y aquí y allá correr días y noches.
Mi madre es exigente
y, por una nada, háceme reproches.
Es así, aunque, en verdad, no necesita,
esa estrictez mi madre;
que buena fortunita
heredamos nosotros
cuando murió mi padre;
cerca de la ciudad está, situado
el huerto que rodea la casita.
Pero ya con más calma ahora vivo:
mi hermano es hoy soldado;
murió mi otra hermanita
y, aunque para sufrir tuve motivo,
yo tanto la quería
que otra vez los tormentos sufriría
que la niña me daba.
Fausto
¡Era un ángel si a ti se parecía!
Margarita
Yo la crié, por eso me adoraba.
Nació después de muerto nuestro padre
y casi no creíamos tampoco
viviese nuestra madre
que se fue recobrando poco a poco.
Así es que no podía
dar el pecho a la pobre criatura;
entonces yo, con leche y agua pura,
solita la crié; la hice, pues, mía.
En mis brazos, henchida de contento,
la vi crecer, andar y sonreírse.
Fausto
De la mayor ventura,
tuviste ciertamente, el sentimiento.
Margarita
¡Pero también cuánto fatal momento!
Por la noche, la cuna,
junto a mi cama estaba,
así es que al más pequeño movimiento
ya yo me despertaba
y era preciso que una
la diera de beber o la acostase
en la cama y si aun esto no bastase
vestirse y cual insana
agitarse en un baile apresurado.
Y luego, de mañana
atender al lavado.
Después, ir al mercado,
cuidar de la cocina
y con la misma pena
verse siempre en idéntica faena.
No es extraño, señor, si se camina
con rostro doloroso;
más gusta así el comer, gusta el reposo. (Pasan.)
Marta
De las pobres mujeres nada aprende,
ni convertirse déjase un soltero.