VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
CAPÍTULO CXLIV. Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada y se rodeó la laguna, y todas las ciudades y grandes pueblos que alrededor hallamos, y lo que más nos pasó en aquella entrada.
Como Cortés había dicho a los de Chalco que les había de ir a socorrer porque los mejicanos no viniesen y les diesen guerra, porque harto teníamos cada semana de ir y venir a les favorecer, mandó apercebir todos los soldados y ejército, que fueron trecientos soldados y treinta de a caballo, y veinte ballesteros y quince escopeteros, y el tesorero Julián de Alderete y Pedro de Albarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y fue también el fraile fray Pedro Melgarejo, y a mí me mandó que fuese con él, y muchos tlascaltecas y amigos de Tezcuco; y dejó en guarda de Tezcuco y bergantines a Gonzalo de Sandoval con buena copia de soldados y de a caballo.
Y una mañana, después de haber oído misa, que fue viernes 5 días del mes de abril de 1521 años, fuimos a dormir a Talmanaico, y allí nos recibieron muy bien; y el otro día fuimos a Chalco, que estaba muy cena el uno del otro: allí mandó Cortés llamar a todos los caciques de aquella provincia, y se les hizo un parlamento con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, en que se les dio a entender cómo agora al presente íbamos a ver si podría traer de paz a algunos de los pueblos que estaban más cerca de la laguna, y también para ver la tierra y sitio para poner cerco a la gran ciudad de Méjico, y que por la laguna habían de cebar los bergantines, que eran trece, y que les rogaba a todos que para otro día que estuviesen aparejadas todas sus gentes de guerra para ir con nosotros; y cuando lo hubieron entendido, todos a una de muy buena voluntad dijeron que si lo harían; y otro día fuimos a dormir a otro pueblo que estaba sujeto al mismo Chalco, que se dice Chimaluacán, y allí vinieron más de veinte mil amigos, ansí de Chalco y de Tezcuco y Guaxocingo, y los tlascaltecas y otros pueblos; y vinieron tantos, que en todas las entradas que yo había ido, después que en la Nueva España entré, nunca vi tanta gente de guerra de nuestros amigos como ahora fueron en nuestra compañía. Ya he dicho otra vez que iba tanta multitud dellos a causa de los despojos que habían de haber, y lo más cierto, por hartarse de carne humana si hubiese batallas, porque bien sabían que las había de haber; y son a manera de decir como cuando en Italia salía un ejército de una parte a otra, y les seguían cuervos y milanos y otras aves de rapiña, que se mantenían de los cuerpos muertos que quedaban en el campo cuando se daba alguna muy sangrienta batalla; ansí he juzgado que nos seguían tantos millares de indios.
Dejemos esta plática, y volvamos a nuestra relación: que en aquella sazón se tuvo nueva que estaban en un llano cerca de allí aguardando muchos escuadrones y capitanías de mejicanos e sus aliados, todos los de aquellas comarcas, para pelear con nosotros; y Cortés nos apercibió que fuésemos muy alerta y saliésemos de aquel pueblo donde dormimos, que se dice Chimuloacán, después de haber oído misa, que fue bien de mañana; y con mucho concierto fuimos caminando entre unos peñascos y por medio de dos sierrezuelas, que en ellas había fortalezas y mamparos, donde había muchos indios e indias recogidos e hechos fuertes; y dende su fortaleza nos daban gritos e voces y alaridos, y nosotros no curamos de pelear con ellos, sino callar y caminar y pasar adelante hasta un pueblo grande que estaba despoblado, que se dice Yautepeque, y también pasamos de largo; y llegamos a un llano donde había unas fuentes de muy poca agua, e a una parte estaba un gran peñol con una fuerza muy mala de ganar, según luego pareció por la obra.