VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
CAPÍTULO CXXIX. Cómo fuimos a la cabecera y mayor pueblo de Tlascala, y lo que allí pasamos.
Pues como había un día que estábamos en el pueblezuelo de Gualiopar, y los caciques de Tlascala por mí nombrados nos hicieron aquellos ofrecimientos, que son dignos de no olvidar y de ser gratificados, y hechos en tal tiempo y coyuntura; después que fuimos a la cabeza y pueblo mayor de Tlascala, nos aposentaron, como dicho tengo, parece ser que Cortés preguntó por el oro que habían traído allí, que eran cuarenta mil pesos; el cual oro fueron las partes de los vecinos que quedaban en la Villa-Rica; y dijo Masse-Escaci y Xicotenga el viejo y un soldado de los nuestros, que se había allí quedado doliente, que no se halló en lo de Méjico cuando nos desbarataron, que habían venido de la Villa Rica un Juan de Alcántara y otros dos vecinos, e que lo llevaron todo porque traían cartas de Cortés para que se lo diesen; la cual carta mostró el soldado, que había dejado en poder del Masse-Escaci cuando le dieron el oro; y preguntando cómo y cuándo y en qué tiempo lo llevó, y sabido que fue, por la cuenta de los días, cuando nos daban guerra los mejicanos, luego entendimos cómo en el camino habían muerto y tornado el oro, y Cortés hizo sentimiento por ello; y también estábamos con pena por no saber de los de la Villa-Rica, no hubiesen corrido algún desmán; y luego por la posta escribió con tres tlascaltecas, en que les hizo saber los grandes peligros que en Méjico nos habíamos visto, y cómo y de qué manera escapamos con las vidas, y no se les dio relación de cuántos faltaban de los nuestros; y que mirasen que siempre estuviesen muy alertas y se velasen; y que si hubiese algunos soldados sanos se los enviasen, y que guardasen muy bien al Narváez y al Salvatierra; y si hubiese pólvora o ballestas, porque quería tornar a correr los rededores de Méjico; y también escribió al capitán que quedó por guarda y capitán de la mar, que se decía Caballero, y que mirase no fuese ningún navío a Cuba ni Narváez se soltase; y que si viese que dos navíos de los de Narváez, que quedaban en el puerto, no estaban para navegar, que diese con ellos al través, y le enviase los marineros con todas las armas que tuviesen.
Y por la posta fueron y volvieron los mensajeros, y trajeron cartas que no habían tenido guerras; que un Juan de Alcántara y los dos vecinos que enviaron por el oro, que los deben de haber muerto en el camino; y que bien supieron la guerra que en Méjico nos dieron, porque el cacique gordo de Cempoal se lo había dicho; y ansimismo escribió el almirante de la mar, que se decía Pedro Caballero, y dijeron que harían lo que Cortés les mandaba, e enviaría los soldados, e que el un navío estaba bueno, y que al otro daría al través y enviaría la gente, e que había pocos marineros, porque habían adolescido y se habían muerto, y que agora escribían las respuestas de las cartas; y luego vinieron con el socorro que enviaban de la Villa-Rica, que fueron cuatro hombres con tres de la mar, que todos fueron siete, y venía por capitán dellos un soldado que se decía Lencero, cuya fue la venta que agora dicen de Lencero. Y cuando llegaron e Tlascala, como venían dolientes y flacos, muchas veces por nuestro pasatiempo y burlar dellos decíamos: «El socorro del Lencero; que venían siete soldados, y los cinco llenos de bubas y los dos hinchados, con grandes barrigas.»