LA REINA Y LA CAMPESINA.
Cuentos de Charles Perrault
Erase una viuda, madre de dos hijas: la mayor se llamaba Blanca, y la menor Colorada. Un dia que la buena mujer estaba hilando sentada en el umbral de la puerta, vió pasar una pobre vieja que caminaba con dificultad, apoyada en un palo.
—Debe de estar V. muy fatigada, dijo la viuda; descanse V. un ratito.
Y dirigiéndose á sus hijas les mandó traer una silla.
Levantáronse las dos, pero Colorada anduvo más lista que su hermana, y trajo la silla.
—¿Quiere V. refrescar ó tomar un bocadito? añadió la madre.
—De mil amores, contestó la pobre vieja.
La viuda mandó á Blanca que fuese al instante á coger ciruelas de un ciruelo que la misma niña habia plantado. Blanca obedeció refunfuñando, y ofreció las ciruelas de muy mala gana.
—Y tú, Colorada, dijo la viuda, ¿nada tienes que ofrecerle á esa buena señora?
—Las uvas no están en sazon, contestó la muchacha; pero calla, que oigo cacarear mi gallina, y sin duda ha puesto un huevo.
Y sin decir mas palabra fué corriendo por el huevo; pero al tiempo de ofrecérselo á la vieja, vió en su lugar á una hermosa dama, que dijo á la madre:
—Soy el hada Dadivosa y quiero premiar á tus hijas segun sus merecimientos. La mayor será una gran reina, y la menor una labradora.
En seguida tocó con su varilla la casa, y quedó trasformada en una deliciosa granja.
—Hé aquí tu parte, dijo á Colorada. A cada una de vosotras concedo lo que ha de ser más de su agrado.
sí dijo, y desapareció.
La viuda y sus hijas entraron en la granja y quedaron encantadas de todo cuanto se les presentó á la vista. Las sillas eran de palo, pero limpias como una plata. Las camas blancas como la nieve. Encontraron en los establos veinte carneros y otras tantas ovejas, cuatro bueyes y cuatro vacas. El patio parecia el arca de Noé; allí de gallinas, de patos, de pichones, de todo cuanto Dios crió. Vieron luego un hermoso jardin cargado de flores y de frutas.
Blanca miraba sin envidia el regalo que le habia tocado á su hermana, saboreando interiormente el placer que habia de causarle el verse reina. De repente oyó grande estruendo y vocería de cazadores, y como saliese á la puerta para verlos, pareció tan linda á los ojos del rey, que se casó con ella.
Blanca, luego que se vió reina, dijo á su hermana Colorada:
—No quiero que seas labradora, ven conmigo, hermanita, y te casaré con un gran señor.
—Mil gracias, querida hermana; estoy acostumbrada á vivir en el campo, y no quiero mudar de vida.
La reina Blanca partió á la córte, y estaba tan loca de alegría, que pasó noches enteras sin pegar los ojos. Los primeros meses estaba tan ocupada en sus trajes, en saraos y teatros, que de nada más se acordaba. Pero al poco tiempo, acostumbrada ya á todo, ninguna de estas cosas podia distraerla; y tenia por el contrario grandes motivos de desazon y disgusto.
Las damas de la córte, envidiosas de ver convertida en reina á una simple campesina, no podian verla ni en pintura. Desquitábanse de los actos de respeto que estaban obligadas á tributarle, murmurando y diciendo de ella cuantas picardías podian. Las murmuraciones y chismes llegaron á oídos del rey, y en verdad, en verdad que no le hicieron buen estómago. Empezó desde entónces á mirar con malos ojos á la reina; porque su majestad era por otra parte algun tanto veleidoso y casquivano. No bien se apercibieron los cortesanos de que el amor del rey á la reina se habia enfriado, empezaron á descararse con ella y á faltarle al respeto. La pobre Blanca no tardó mucho en sentir todo el rigor de su mala estrella. Conoció que en la córte era moneda corriente vender á los amigos por el interés, poner cara de pascua á los enemigos, y mentir á trochemoche.
Tenia que estar siempre muy séria y muy estirada, porque, segun decian, convenia á la majestad real un continente grave y severo.