Fausto – Johann Wolfgang Von Goethe
Primera parte
Noche
En una cámara gótica, estrecha y de altas bóvedas.
Fausto, inquieto, sentado delante de su atril.
Fausto
¡Ay, la filosofía,
medicina y también jurisprudencia
y a más teología,
con ardor he estudiado y con paciencia!
Y heme aquí, pobre loco,
tan sabio como antaño:
por doctor y maestro conocido
y sabiendo tan poco
que a mis simples discípulos engaño,
tiempo ha, con palabras sin sentido
y veo que no hay nada
en todo el humo que llamamos ciencia,
y esto me martiriza y anonada.
Más que todos los frailes, en conciencia
puedo decir que sé; más que escritores
y clérigos, maestros y doctores.
Ni las dudas, ni escrúpulos me aquejan;
ni infierno y diablo temo
y vivo en tal extremo
que todos los placeres se me alejan.
Saber nada completo me imagino
ni que algo sea digno de enseñarse;
tampoco creo que, del hombre, el sino
pueda jamás cambiarse.
Y vivo así, sin goces y sin bienes,
sin honores ni títulos del mundo:
¡no viviría tanto un perro inmundo!
Por eso, me he entregado
a la magia, anheloso
por ver, de boca y acto de algún sabio
espíritu, explicado
tanto y tanto secreto misterioso;
a fin de que no más mi torpe labio,
con dolor y fatiga,
lo que no sabe diga:
observar el arcano tan profundo
que así mantiene al mundo;
ver toda actividad y todo germen
pasar todas sus fases
y no enredarme más en huecas frases.
Si tú, luna serena,
que tantas noches lúgubres me viste
velando siempre triste,
por la postrera vez vieras mi pena.
Melancólica amiga
siempre me apareciste
para aliviar un tanto mi fatiga
¡Oh, si de las montañas, en la altura,
pudiera yo gozar tu lumbre pura;
flotar en las laderas
del monte, con espíritus; praderas
correr, besadas de tu tibia lumbre;
de toda pesadumbre
del saber, descargado contemplarme
y en tu rocío, con placer, bañarme!
¿Y en esta cárcel seguiré viviendo?
Maldecido agujero tan oscuro
do el sol no logra entrar sino rompiendo
el vidrio pintorreado.
Preso entre un doble muro
do libros y papeles polvorientos,
sucia comida de gusano inmundo;
de vasos y de cajas circundado
y de viejos y mohosos instrumentos,
–herencia que mis padres me han dejado–
¡y este es tu mundo! ¡Llámase esto mundo!
¿Y aun osas preguntar por qué en tu seno
palpita el corazón de angustia lleno?
¿Por qué, suma tristeza,
vaga y desconocida
embaraza tu vida?
En vez de la vital naturaleza,
en la cual crió Dios a los mortales,
tú, entre humo y pudrición, solo te asientas
en medio de esqueletos de animales
y humanas osamentas.
¡Ea!, ¡huye, vuela a la anchurosa tierra!
¿Y no te bastará la compañía
de este libro que encierra,
de la magia, los grandes pensamientos?
De los astros sabrás de fija vía;